Si las cosas siguen así hasta las elecciones de octubre, Cristina Fernández puede ir preparando su mejor vestido de fiesta para cambiarlo por el luto que lleva desde la desaparición física de Néstor Kirchner. Todo parece indicar que ganaría en primera vuelta, y con un margen suficiente como para ser acompañada por un Senado y una Cámara de Diputados que le hagan la vida política más cómoda todavía. Cuando el ex jefe de Gabinete interpretó, la semana pasada, que “la muerte de Kirchner fue su último gran aporte a la causa” no estaba diciendo más que lo que revelan las encuestas. En la última que Poliarquía confeccionó para alguno de sus clientes exclusivos hay un dato viejo pero contundente: en noviembre del año pasado, cuando se preguntaba “¿quién le gustaría que fuera presidente?”, la intención de voto de la Presidenta se disparó desde un 16 por ciento hasta más de un 30. “Desde ese momento no se detiene más. Al contrario. Se empieza a estancar la intención de voto de todos los demás, incluidas las de Mauricio Macri y Ricardo Alfonsín. Y comienza a subir todavía más la de ella, que hoy supera los 40 puntos”, me dijo un referente de la oposición con los datos en la mano.
Alfonsín ahora está contento porque con la renuncia de Ernesto Sanz y la decisión de Mauricio Macri de volver a competir en la Ciudad, se ha convertido en el único dirigente opositor con chances de ganarle a la jefa de Estado. Sus asesores de confianza, que durante esta semana se han multiplicado como si fueran sus amigos de toda la vida, le están planteando distintos escenarios. Desde uno de ensueño, voluntarista, donde Ricardo termina reeditando un triunfo épico como el de su padre Raúl en octubre de 1983 hasta uno más realista, en el que pierde la primera vuelta pero gana la segunda, en el apresto final. En el primero, que hoy se parece más a un delirio, imaginan al secretario de la CGT Hugo Moyano convertido en Herminio Iglesias, aquel peronista histórico que quemó el cajón en el Obelisco y terminó ahuyentando a los indecisos que todavía dudaban entre su padre y el candidato justicialista. La polarización, en esa ocasión, fue extrema: el líder radical obtuvo el 52 por ciento de los votos, y el peronismo salió segundo, con poco más del 40 por ciento. Alfonsín (Raúl) entonces, ganó porque se convirtió en un símbolo de paz, contra los atropellos de la dictadura. También porque denunció un pacto sindical militar que hizo creer, a la mayoría del electorado, que si votaba a Italo Lúder terminaba eligiendo la amnistía para los represores y la continuidad del denominado Proceso de Reorganización Nacional.
El panorama real de Alfonsín hijo, ahora, es más módico. Tiene enfrente a un gobierno democrático y con recursos casi ilimitados. Muchos argentinos, todavía, no están seguros de su capacidad para gobernar. Otros se preguntan cómo se debe interpretar el hecho de que todavía siga usando los trajes y las corbatas de su padre. Además, él mismo todavía duda entre cuidar más a sus socios del socialismo y del GEN que en empezar a trabajar con Macri sobre un gran acuerdo que le permita ampliar su margen de representación. “Está más preocupado por el 5 o 6 por ciento de los votos que le puedan aportar sus socios actuales que por el 15 o 20 por ciento de los votos que iba a tener como piso el Pro, si Mauricio no se bajaba”, explicó un dirigente que trabaja para el jefe de gobierno de la Ciudad.
¿Mauricio ya se bajó? Todo parece indicar que sí. Las explicaciones para hacerlo se ensayan por decenas. Que los empresarios que le habían prometido apoyo no meten la mano en el bolsillo. Que Ernesto Sanz no aceptó ni siquiera ir a las primarias de agosto con Macri para enfrentar a Ricardo Alfonsín porque Francisco de Narváez le comunicó que se iba con su adversario radical debido a que tenía más votos. Que Carlos Reutemann estuvo a punto de aceptar ir como segundo en la fórmula pero al final respondió que no. Que las encuestas confirman que tiene muchas posibilidades de ser reelecto como jefe de Gobierno de la Ciudad pero muy pocas de ganar la presidencial, son algunos de los argumentos que esgrimen los hombres del ingeniero.
Pero no solo la indefinición de Macri, el papelón de Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá y las dudas de Fernando Solanas para terminar de confirmar su candidatura a jefe de Gobierno son las razones que explican el triste papel de la oposición.
Lo que viene primando, en especial, después de la muerte de Kirchner es el desconcierto y la falta de actitud para plantear una alternativa de cambio.
Confunden respeto por la situación de una viuda con imposibilidad de plantear las grandes equivocaciones de este gobierno.
Están tan ocupados en resolver sus internitas de salón que descuidaron los asuntos del día a día.
Cristina Fernández, mientras tanto, avanza como una aplanadora hacia el triunfo final y se convierte es más presidenta que nunca. Desde que murió su compañero, no solo dejó de pelearse en público, sino que pensó cada decisión que pudiera sumarle o restarle un voto.
La no presencia en el acto de Moyano y el envío del proyecto de ley para poner límites a los extranjeros que desean comprar tierras argentinas van en esa dirección.
A los que esperan el milagro de que mañana Ella se levante mal e inicie una nueva batalla contra el campo o el resto de la clase media habría que avisarles que El ya no está (más que como mito). Porque con su inesperada muerte pareció llevarse, también, todo “lo malo”. Todo “lo sucio”. Y todo lo “feo”.
Publicado en El Cronista