¿En qué se diferencia un político distinto de uno del montón? En que el primero lee encuestas y escucha asesores, pero después hace lo que tiene que hacer. Los segundos, en cambio, solo esperan los resultados para después decidir. Y nunca lo hacen convencidos del todo.

Entre los primeros se encontraba Néstor Kirchner, alguien que inició su carrera presidencial con un mínimo de conocimiento y no más del 5 por ciento de los votos y terminó  eligiendo a sus enemigos y fijando la agenda de temas por encima de sus adversarios y de los medios de comunicación.

Entre los otros se encuentra Mauricio Macri, quien acaba de anunciar que se presentará a la reelección para jefe de gobierno de la Ciudad, con lo que abandonó, una vez más, su sueño de ser Presidente.

A su profundo deseo lo malogró  la muerte de Néstor Kirchner, al archienemigo con el que pensaba competir y ganar.  Pero además fueron determinantes los consejos de pánico de Jaime Durán Barba, quien no solo le anticipó la ola imparable de simpatía y votos que está provocando la viudez de Cristina Fernández. También le sugirió que eludiera una confrontación directa con ella. Hasta le llegó a pedir que ni siquiera la criticara.

¿Cómo se puede hacer oposición sin atacar las políticas de gobierno en las que no se cree y sin criticar a la persona que las lleva adelante? O lo que es más grave todavía, ¿cómo se puede hacer política sin poner sobre la mesa, con la convicción suficiente, las ideas con las que un líder está comprometido? Esa es una pregunta que cualquiera que pretenda ganarle a Cristina Fernández debería responder.

Porque Macri no solo dejó de crecer en intención de voto para presidente con la muerte súbita de Kirchner. También lo hizo cuando empezó a especular con su política de alianzas y al permitir que los lenguaraces del kirchnerismo le bajaran el precio todos los días sin la más mínima reacción.

Para ser presidente de la Argentina, entre otras cosas, se necesita una enorme actitud y un sueño potente capaz de contagiar a los que dudan. Estar pendiente de los demás es algo aconsejable. Pero basar las decisiones casi exclusivamente en los movimientos del otro demuestra, una vez más, una enorme falta de vocación para plantarse como alternativa.

Eduardo Duhalde, por ejemplo, tiene la convicción, pero carece de los votos necesarios para transformarse en “el” candidato de la oposición. Desde el principio, se planteó una estrategia clásica que no parece estar resultando exitosa. Consistió en acumular toda la fuerza posible, para después sumarla al que mejor mida de la oposición, y hacerla valer en una mesa de negociación, antes de enfrentar a Cristina Fernández.  Pero nada está saliendo como lo tenía previsto. Desde su idea de la estrambótica interna contra Alberto Rodríguez Saá hasta el sueño de reunir a Macri con Carlos Reutemann, Francisco De Narváez y Felipe Solá en una sola fuerza, todo se le fue cayendo a pedazos. Para colmo, su imagen negativa es tan alta que nunca parece terminar de bajar.

Todas las miradas, entonces, confluyen sobre Ricardo Alfonsín.

Hasta ahora, el hijo del ex presidente sigue siendo una incógnita. Se le puede reconocer, ahora mismo, su creciente vocación de poder. Si termina de acordar con Francisco De Narváez en la provincia de Buenos Aires enviaría una fuerte señal a los formadores de opinión y al resto de la sociedad: su voluntad de ganarle a la candidata del oficialismo, aún cuando arranca desde atrás. Si avanza en la posibilidad de incorporar en la fórmula a Gabriela Michetti, diputada nacional por el Pro, demostraría que su ambición está por encima de los límites partidarios, algo que su padre supo manejar muy bien cuando se transformó en el líder de un conjunto de ideas capaz de contener a personas que piensan distinto.

Elisa Carrió, por su parte, no ha demostrado, durante los últimos años, idoneidad para sellar acuerdos políticos y reunir, por si sola, una masa crítica de votos que la transformen en la alternativa de la oposición.  Su obsesión por ponerle límites a casi todos ha resultado, al final del camino, funcional al kirchnerismo y al gobierno nacional.  Sin embargo, no debería subestimarse su capacidad de análisis para pensar cuál sería el mejor camino para no soportar “otros cuatro años de autoritarismo y prepotencia”, como dicen los principales dirigentes de la Coalición Cívica. Ella cree que lo mejor que podría suceder es que los votos de la oposición se repartieran entre opciones fuertes. Es decir: alternativas capaces de evitar que Cristina Fernández gane en primera vuelta para después vencerla en la segunda.

Sostiene Carrió que nadie dispuesto a elegir a Macri, a Duhalde o a ella misma sería capaz de darle su voto otra vez al gobierno. Y que allí hay que ir a pescar con una enorme red, porque se encuentra por lo menos el 50 por ciento del padrón. Sugiere que el único camino que tiene Ricardo Alfonsín es empezar a polarizar con la presidenta, tal como lo hizo su padre en 1983, cuando dejó al desnudo que el Partido Justicialista era también Herminio Iglesias, el pacto sindical militar, el proyecto de una ley de amnistía para los genocidas y la posibilidad de que una lucha interna dentro del gobierno terminara demasiado mal.

El contexto histórico no es el mismo. Tampoco Ricardo es Raúl Alfonsín ni Cristina Fernández es Italo Lúder. Pero Hugo Moyano acecha, la inflación sigue creciendo sin prisa y sin pausa y muchos sectores de la clase media temen una radicalización de un nuevo gobierno kirchnerista, con la consabida posibilidad de que intenten perpetuarse en el poder.

Además, y a pesar del discurso oficial, hoy el kirchnerismo también es Carlos Menem, Ramón Saadi, Moyano y sus aliados sindicales involucrados en la causa por la mafia de los medicamentos, José Luis Gioja, la Barrick y su intento de reelección en San Juan y una decena de intendentes del conurbano capaces de ganar en su distrito pero impresentables como aliados para gobernar un país.

¿Podrá Alfonsín, un “político del montón” pasar a la categoría de “distinto” y dar el salto que lo eleve por encima de las encuestas y lo lleve a pelear mano a mano con la Presidenta de la Nación?

- Ser el candidato único de la oposición es el sueño del pibe- reconoció hace un par de semanas, cuando todavía ni Julio Cobos ni Ernesto Sanz habían renunciado a competir con él-.

Quizá, mientras iniciaba su tratamiento para dejar de fumar y escuchaba los consejos de quienes le sugieren cambiar los trajes y corbatas de su papá por un vestuario más apropiado, Alfonsín estuviera pensando precisamente en esto.


Publicado en El Cronista