Mientras la presidenta Cristina Fernández mantiene entretenidos a la clase política y a los analistas con hipótesis de conflicto con Hugo Moyano y su amague de renuncia a la reelección, Ricardo Alfonsín, en silencio, está haciendo los deberes para tratar de llegar a la segunda vuelta y arrebatarle el poder.

Su intento de dejar el cigarrillo es apenas uno de los detalles que lo muestran en carrera. Lo más importante, igual, no es eso sino la fuerte vocación de poder que acaba de demostrar al defender su alianza con Francisco De Narváez en la provincia de Buenos Aires. Y dejar la puerta abierta para un acuerdo con Mauricio Macri e incluso con Eduardo Duhalde, si las encuestas le demostraran que tiene que hacer eso para conseguir más votos.

Alfonsín sueña con un número mágico: 35 por ciento. Eso es lo que necesitaría, según sus asesores para llegar al balotaje y dar vuelta la elección. Para lograrlo, ya ha comprendido que necesita tomar varias decisiones que lo muestren como un dirigente pragmático y sin pruritos ideológicos. Como alguien capaz de seducir a la clase media que no quiere a sindicalistas como Moyano pero dispuesto, a la vez, a contenerlo y a domarlo como intenta hacer desde el discurso la presidenta de la Nación.

Alfonsín prepara su dream team en secreto. Sin embargo, quienes lo conocen, saben que le gustaría tener a Roberto Lavagna entre las estrellas de su equipo. Como ministro de Economía, como canciller e incluso como jefe de Gabinete.

Ricardo Alfonsín se define como un dirigente de centroizquierda, pero sabe que para seducir al electorado necesita algunas figuras de centro o más cercanas a Macri y Elisa Carrió. Hay personas, más allá de los partidos, con las que le gustaría “tomar un café”. Una es Gabriela Michetti, a quien consideran la más radical de los dirigentes del PRO.

Además, en los últimos días, los que lo quieren le están empezando a aconsejar en asuntos que él antes se negaba a discutir sin ni siquiera escuchar. Una de las sugerencias parece menor, pero está llena de señales. Le pidieron que deje de decir que usa las corbatas y los trajes de su padre, el ex presidente Raúl Alfonsín. Le explicaron que siempre es mejor dar una imagen presidencial que la de una persona desaliñada. Le plantearon que, a partir de este momento, tiene que empezar a hacer un curso acelerado de comunicación política. Para que se entienda bien: elegir cómo habla, con qué  contenidos, en qué programas, con qué interlocutores y en qué contexto. Alguien, muy cerca de él, le sugirió, incluso, que se sentara a tomar otro “café” con Marcelo Tinelli. No para afiliarlo a la Unión Cívica Radical (UCR). Solo para intentar seducirlo y de paso evitar que su eventual imitación en Gran Cuñado no sea como la de Elisa Carrió o el vicepresidente Julio Cobos, solo para citar dos de los casos que quedaron peor parados.

Los que trabajan junto a él aseguran que Ricardo Alfonsín sabe que tiene una sola bala, y que quiere usarla bien. Por eso está empezando a escuchar a gente ajena a su entorno de siempre. No porque les haya perdido la confianza. Es porque supone que una visión menos contaminada de la realidad le puede aportar más que las pequeñas discusiones ideológicas o pueblerinas de la archiconocida interna radical.

Es cierto que Alfonsín espera con ansiedad la interna de la provincia de Santa Fé para analizar las chances de Hermes Binner y confirmar cuántos votos le pueda aportar a su sueño presidencial. Pero también es cierto que en su entorno manejan una lista de una decena de peronistas no kirchneristas  a los que Alfonsín podría convencer para sumarse al proyecto. Su generosa mirada llega incluso hasta el gobernador de la provincia de Córdoba, Ricardo Schiaretti, de buen diálogo con De Narváez y con Macri.

Alfonsín está ahora mismo estudiando su discurso, mientras mira de reojo el principio de la pelea entre la presidenta y el líder de la CGT. El piensa, como la mayoría de los argentinos, que Moyano es un producto original del kirchnerismo y que fue apoyado, desde lo político hasta lo económico, por el mismo gobierno que ahora se lo quiere sacar de encima. A él le parece injusto que con un par de discursos e inflexiones de voz la jefa de Estado consiga seducir a la misma clase media que debería estar apoyándolo con cierta naturalidad. ¿Cómo puede hacer para criticar al gobierno sin atacar a la presidenta cuyo luto genera empatía en la mayoría de la población? ¿Cómo le dice a los argentinos que la muerte de Néstor Kirchner no cambió nada de fondo sin que parezca que está atacando a la memoria del ex presidente? ¿Cómo debe plantear el problema de la inflación sin que le echen en cara el traumático final del gobierno de su padre?¿Cómo convencer a la gente de que es capaz de combatir la inseguridad y encabezar un gobierno que no va a limitar el crecimiento de la economía pero va a dejar de retar a todos los argentinos que no piensen como él?

Alfonsín cree que más de la mitad de la población está esperando respuestas adecuadas a todas esas preguntas. Por eso permanece en silencio. Para no abrir la boca y decir algo que pueda resultar incoveniente.

 

Publicado en El Cronista