El cristinismo -etapa superadora del peronismo y sobre todo del kirchnerismo- trabaja ahora mismo en grandes planes de corto, mediano y largo plazo. Uno, por supuesto, es la reelección de la presidenta Cristina Fernández. Ya no queda ninguna duda: será ella. No hay plan B ni razones políticas o personales tan fuertes como para dudarlo. Tampoco hay tiempo para improvisar. Ni otro candidato capaz de asegurar "el legado". La decisión está tomada. Sólo un imponderable podría modificarla. Que la mandataria no hable con nadie sobre su futuro inmediato o juegue al misterio es un detalle menor. Un entretenimiento para ganar tiempo y generar más expectativas. No habrá sorpresas. A lo sumo se innovará en la escenografía, la manera y el contexto en que se realizará el esperado anuncio. Le están proponiendo que sea el 20 de junio, Día de la Bandera, en Rosario. Dan por sentado que sería una buena señal. Una forma de reivindicación nacional y popular. Y una muestra de que la Presidenta es capaz de contener a todos, por encima de las fuerzas partidarias.

La otra meta, sin duda, es ganar en octubre, en primera vuelta y por demolición.
Desde que Mauricio Macri se bajó de la candidatura presidencial, la mesa chica de la jefa del Estado recibe encuestas todos los días, y las analiza en detalle. Si las elecciones fueran hoy, afirman, Cristina superaría con comodidad el 40 por ciento, y le sacaría al segundo una ventaja de más de 20 puntos. Una de las consultoras que alimentan los sueños oficiales sostiene que, para sorpresa de muchos, hoy el segundo no sería Ricardo Alfonsín, sino Eduardo Duhalde. El Gobierno considera el dato como una buena noticia. Significa, según ellos, que las presidenciales de octubre serán ganadas con holgura. Porque, suponen, la imagen negativa del ex presidente le impediría captar los votos mínimos necesarios para lograr ir al ballottage.

Funcionarios públicos que están analizando todo el día cómo conservar y aumentar el poder -Carlos Zannini, Florencio Randazzo y Juan Carlos Mazzón- aprendieron a pensar igual que lo hacía Néstor Kirchner. En mayo de 2003 el ex presidente vivió como un estigma la renuncia de Carlos Menem a competir en segunda el segundo turno electoral. Dar vuelta la idea de que no tenía poder porque había ganado con apenas el 22 por ciento de los votos fue el principal objetivo de la primera etapa de su gestión. Cuando lo consiguió y elevó su índice de popularidad a valores impensables, tomó la decisión calculada de no ir por su propia reelección y ungir a Cristina como su heredera por una razón en especial. Temía que, antes de terminar su segundo mandato, la imposibilidad constitucional de presentarse a un tercero terminara diluyendo su poder, y se llevara puesto no sólo a él, sino a todo el kirchnerismo.

Su muerte dejó "al proyecto" sin la posibilidad de soñar con dieciocho años de mandato ininterrumpidos utilizando la jugada legal de turnarse con su esposa. Sin embargo, la combinación de una hipotética victoria contundente con la enorme dispersión de la oposición podría darle alas al sueño de una "Cristina eterna", que la diputada nacional ultra-k Diana Conti planteó, hace apenas dos meses, como una expresión de deseos unipersonal.

A los que suponen que se trata de una pretensión inalcanzable les recomendaría que no minimicen la voluntad política de quienes hoy manejan la administración nacional. Son los mismos que pelearon y obtuvieron la cláusula de reelección indefinida para gobernador y vice en la provincia de Santa Cruz y diseñaron una reforma electoral para manejar el poder a perpetuidad. Fue tan inteligente y audaz la jugada que los beneficios para quienes la empezaron a pergeñar, en 1995, todavía perduran. Hoy el kirchnerismo, además del Poder Ejecutivo, tiene el control absoluto de la Legislatura, el Tribunal Superior de Justicia de la provincia, y la mayoría de los medios de comunicación que viven de la publicidad oficial.

Por lo demás, ya se sabe que, para anticipar cuáles pueden ser las próximas jugadas de los estrategos de este gobierno, hay que prestar atención no tanto a lo que dicen, sino a las cosas que hacen. La elección de Daniel Filmus en la ciudad de Buenos Aires signfica que Cristina Fernández y su equipo no están dispuestos a perder ningún voto en ningún distrito del país. Y la exigencia de incluir, en cada lista de candidatos de todos los distritos de la Argentina, un cupo del 20 por ciento para los jóvenes de La Cámpora revela que, lejos de querer irse a su casa, Cristina Fernández aboga por un proyecto a largo plazo, con los amigos de su hijo Máximo como "custodios del legado".

Donde la Presidenta dice: "No se hagan los rulos", se debe leer, en realidad: no es ahora el momento de plantear la idea de "Cristina eterna". Debemos ir paso por paso. Primero hay que ganar, en octubre. Después hay que ganar por mucho para que nadie dude de que por encima de todo se encuentra la voluntad de la gente. Más tarde no estaría mal lanzar el globo de ensayo de una consulta popular. Y después, o al mismo tiempo, habría que empezar a negociar con sectores de la oposición un Pacto de Olivos II, pero con otro título y otro envase.

Lo hizo Carlos Menem en 1994. Lo hizo Néstor Kirchner en Santa Cruz. Lo acaba de hacer José Luis Gioja en San Juan, y la Presidenta no puso el grito en el cielo. ¿Por qué se privaría de intentarlo Cristina Fernández de Kirchner, en el caso de tener la posibilidad?

 

Publicado en La Nación