(Columna publicada en Diario El Cronista) En la Argentina, donde las leyes no se cumplen y las instituciones y la autoridad están todo el tiempo en cuestión, el temperamento del presidente de turno termina siendo determinante. Mauricio Macri, el presidente que se fue, en el ejercicio de la presidencia, y es, todavía, y en esencia, una persona terca.
Solo aceptó sugerencias o consejos de sus funcionarios o sus asesores que iban contra lo que él pensaba cuando sintió el mundo temblar bajo sus pies. Y aun así, cuando se avino a cambiar una decisión, lo hizo a medias. Además la presentó, siempre, como una concesión a la presión del mundo exterior.
De hecho, el argumento preferido para aceptar una derrota “política” parcial e incluso el palazo de la derrota electoral, fue que en el fondo, nunca, como jefe de Estado, manejó el poder real. Que siempre estuvo en minoría. En la Cámara de Diputados y la de Senadores. Y al mando de una coalición que nunca le terminó de responder.
Su terquedad, en el fondo, fue la contracara de algo que nunca acabó de hacer correctamente: ejercer el poder a fondo, en plenitud, sin prejuicios, como lo suelen hacer, en general, los dirigentes peronistas. Así, tuvo que soportar, desde el primer día, la denominada “micromilitancia” kirchnerista que desconoció su autoridad al compás del cantito “Macri/ basura/ vos sos la dictadura”.
El Presidente que acaba de entregar el mando creyó que eran inofensivos. No se le ocurrió que, para prevalecer, debía construir poder. Masa crítica. En las universidades y en la administración pública. En la cultura y en los medios de comunicación. Pensó que lo lograría en 2017, cuando la economía empezaba a mostrarsignos de crecimiento y una buena parte de la sociedad se estaba convenciendo de que, aunque las tarifas de luz estaban carísimas, era el precio que había que pagar por la irresponsabilidad de haberlas congelado durante una década.
Muchos le dijeron que debía morigerar los aumentos. Pero él entonces no lo creyó necesario. Ahora mismo Macri debe estar revisando sus dogmas, sus convicciones más profundas y su temperamento. Dicen los que estén cerca de él que el baño de multitudes de las últimas plazas del sí lo pudieron haber cambiado para mejor. Los analistas más fríos afirman, en cambio, que más que un cambio real, lo que lo mueve es el temor de que el operativo demolición que prepara el nuevo gobierno contra él lo termine haciendo desfilar una y otra vez porlos pasillos de Comodoro Py, tal como le sucede ahora a Cristina Fernández.
En todo caso, lo que parece difícil de entender, es que Macri, como presidente, se haya sentido una persona sin el poder suficiente, y ahora, que deja los atributos, y que su teléfono recibe menos mensajes, se perciba con más influencia y relevancia que la que parece tener de verdad.
¿Y cuál es el temperamento del nuevo Presidente? Es un componedor por naturaleza. Una persona que apuesta siempre, como última instancia, al diálogo y la conciliación. Y al mismo tiempo, es capaz, en el medio, de insultar de arriba abajo a la persona por la que se siente atacado. Y “cerrarle la persiana”. Hasta que las circunstancias o un oportuno pedido de disculpas terminen encarrilando el vínculo dañado. Es decir: le salta la térmica demasiado rápido. Y más tarde parece arrepentirse. En estos días, la térmica le saltó más de una vez, quizá, como producto del estrés que le genera su vocación innata de querer
manejar todo.
Su renuncia al gobierno de Cristina Fernández en julio de 2008 fue más por la impotencia de no poder conciliar a las dos partes de la Argentina que marcaron el inicio de la denominada grieta, que por el rechazo que sentía por funcionarios como Julio De Vido, Guillermo Moreno y otros. Desde el llano, Alberto intentó una y mil veces doblegar a Cristina en la interna del peronismo. Junto a Daniel Scioli, Sergio Massa y Florencio Randazzo.
Al final, se dio cuenta que “con ella no alcanzaba pero que sin ella tampoco se podía”. Contra lo que dicen los analistas apresurados, el gabinete es una muestra muy cabal de que Alberto no será el chirolita de la vicepresidenta electa. Al mismo tiempo demuestra que tampoco parece tan necio como para no aceptar que Cristina fue la mayor aportante de los votos del Frente de Todos. Es un ejercicio muy interesante revisarlas primeras segundas y terceras líneas de los ministerios para concluir cual fue el verdadero resultado de la distribución de poder.
En general los ministros “puestos” por Alberto tienen segundos “nominados” por Cristina. Y viceversa. Además, entre el Presidente y su compañera de fórmula se mantiene una tensión que todavía no tiene visos de solución.
Ella pretende que todas sus causas terminen ya. Que se establezca una especie de borrón y cuenta nueva que la libere de culpa y cargo. Mientras, él hace todo lo posible por contenerla y complacerla. El último tributo fue su elogio desmedido a las amenazas que Cristina profirió contra los jueces del tribunal oral que investiga su responsabilidad en la denominada causa de Vialidad Nacional.
Sin embargo, al mismo tiempo, Alberto sabe que no puede forzar su absolución, ni firmar un indulto. Porque lo haría pasar a la historia como el Presidente que convalidó la impunidad. Para salir de esa encrucijada bien parado y sin magullones, Alberto necesita hacer un gol en los primeros minutos del partido. Es decir: acertar con las medidas económicas o ganar tiempo para dar la sensación de que está trabajando para mejorar la calidad de vida de los argentinos.
No le va a resultar fácil. Hace ocho años que el país sufre una recesión. Quizá ya sea la más larga de su historia. Y la impaciencia por salir del pozo cada día aumenta más. Por eso, es posible que la luna de miel con la sociedad sea más breve de la que supieron gozan sus antecesores. Ojalá sus dotes de alquimista sean tan notables para gobernar bien como lo fueron para ganarla elección del 27 de octubre pasado.