¿La presidenta Cristina Fernández de Kirchner piensa como Fito Páez, Aníbal Fernández y Horacio González? ¿A ella también la mitad de los porteños le dan asco, supone que son egoístas y calculadores y que no les importa más que su propio bolsillo? Nadie podría asegurarlo, pero su silencio sobre semejantes definiciones y sus decisiones personalistas más allá de cualquier intercambio de ideas hacen pensar que no está lejos de ese universo de pensamiento sectario y excluyente, típico del pseudoprogresista que se encierra en sí mismo hasta transformarse en un autoritario de la peor derecha que se pueda imaginar.

Discutir la verdadera ideología de Cristina Fernández no es un asunto menor ni abstracto. A las ideas les siguen, siempre, las acciones. Por ejemplo, a la extorsiva idea de que los porteños van a recibir más seguridad, más salud, más educación y más líneas de subtes sólo si votan a Daniel Filmus, le puede seguir una serie de trabas burocráticas que afecten las decisiones de Macri y cuyas víctimas reales sean los habitantes de la ciudad. De hecho, el único plan masivo de viviendas que activó el gobierno nacional en la ciudad autónoma de Buenos Aires es el de las Madres de Plaza de Mayo.

Por ejemplo, a la hora de comunicar, antes y durante la campaña, al candidato Daniel Filmus, la Presidenta no lo dejó debatir en Todo Noticias y le pidió que eligiera los programas oficiales y paraoficiales en detrimento de los espacios pluralistas y críticos. Pero Filmus no fue la única víctima de la "decisión presidencial". También la sufrieron Gabriela Cerrutti, Aníbal Ibarra y todos los candidatos que no pertenecen a La Cámpora.

La orden, en este caso, fue que los únicos autorizados para hablar en los actos de campaña y para recibir los beneficios de la publicidad y el financiamiento fueran los integrantes de La Cámpora, liderados por Juan Cabandié. Esto no es un invento de quien esto escribe. Lo dijeron, con más o menos firmeza, desde Cerrutti hasta Susana Rinaldi, a quienes no se les puede discutir su consecuente apoyo al gobierno nacional. Cabandié, con el apoyo explícito de Cristina y una inversión millonaria en cartelería y difusión, obtuvo 15 puntos menos que Filmus. Desde su espacio, ahora, se critica con crueldad la supuesta tibieza y la falta de carisma del ex ministro de Educación. ¿Alguien con un mínimo de sentido común puede concluir que la aplastante victoria de Macri se debió, sobre todo, a la falta de fuerza de Filmus y no a los criterios sesgados de los verdaderos jefes de campaña?

Políticos como Aníbal Fernández, artistas como Páez, funcionarios e intelectuales como Horacio González, medios y periodistas oficiales y paraoficiales que son mantenidos con dinero de los impuestos que pagamos todos (y todas) parecen trabajar, en el fondo, para el jefe de Gobierno y el resto de la oposición. Son tan superficiales, previsibles y reaccionarios que terminan colocando a Macri a favor de la libertad de expresión, la tolerancia y como un límite a los abusos del Estado contra quienes no piensan como Cristina Fernández y su reducido grupo de incondicionales.

Todavía hoy la Presidenta estaría ganando las elecciones presidenciales en primera vuelta, pero más vale que alguien le avise con tiempo que este encierro sobre sí misma le puede hacer perder más votos de los que necesita para ser reelegida. Es verdad que los ruidos en la economía nacional e internacional aún no están afectando el consumo en la Argentina. También es cierto que la muerte de Néstor Kirchner le dio un impulso a su candidatura que casi la transformó en invencible. Pero también es cierto que los resultados en la ciudad casi siempre terminan anticipando un estado de ánimo que más tarde o más temprano se disemina por el resto del país.

Está claro que una buena parte de la mitad de los porteños por los que Fito siente asco eligió a Macri porque empieza a sentirse cansado de la prepotencia, la soberbia y el uso arbitrario y discrecional de los fondos públicos por parte del gobierno nacional. También comienza a cansarse de la tolerancia oficial hacia los escándalos de corrupción como el que protagoniza Sergio Schoklender.

En las próximas horas, si se confirma que Felipe y Marcela Noble Herrera no son hijos de desaparecidos, los voceros del Gobierno tendrán que preparar un buen discurso para que millones de argentinos no piensen que desde lo más alto del poder se estuvo usando el dolor de las víctimas de la dictadura y el prestigio que otorga la defensa de los derechos humanitarios sólo con fines políticos. No para buscar y encontrar la verdad, sino para perjudicar al Grupo Clarín.

Ni siquiera importará, entonces, quiénes ganen las próximas presidenciales de octubre ni por cuántos votos. Porque la credibilidad de los más altos funcionarios sobre los asuntos que la sociedad considera casi sagrados será puesta en cuestión, más allá de esta campaña electoral.

 

Publicado en La Nación