Ante la pandemia, el Presidente se puso el traje que mejor le queda: el de bombero, en el medio del incendio. El mismo traje que usó Néstor Kirchner ni bien asumió. Al mismo tiempo, la vicepresidenta Cristina Fernández y su ego, demasiado inflado, perdieron relevancia, porque la irrupción del coronavirus se la llevó puesta. El viaje que hizo a Cuba cuando la mayor parte de los argentinos lo tenía prohibido habla por sí solo. Pero bien se podría aventurar, en términos de relevancia política: salió Cristina, entró Alberto.
En épocas de guerra, siempre aparece lo mejor y lo peor de cada uno. Se potencian las virtudes y los defectos. Para enfrentar el ingreso del coronavirus, el gobierno había arrancado tarde, y con el pie izquierdo. Con el objetivo explícito de no alentar el miedo, terminó subestimando su gravedad. El Presidente tuvo que salir a corregir el error inicial del ministro de Salud. Sin embargo, pronto asumió y anunció medidas fuertes y restrictivas. Al mismo tiempo, su equipo de comunicación fue corrigiendo, también sobre la marcha, algunos errores de áreas del gobierno que hasta ahora no controlaba. Uno que casi pasó desapercibido: el día que se enunció la cuarentena para los grupos de riesgo, miles de afiliados de PAMI fueron convocados en un galpón para anunciar el acceso a medicamentos gratis.
Pero, aunque Alberto Fernández recuperó, de manera forzada, el manejo de la agenda y el centro de la escena, siempre habrá que estar atento a los vicios ancestrales del peronismo: el aprovechamiento político de la situación, para acumular más poder. El Periodismo y el resto de la sociedad serán un buen antídoto para ponerlo de manifiesto, en caso de que suceda.
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