A pocas horas del inicio de la cuarentena, las caretas ya se empiezan a caer, y se puede comprobar de manera cabal que clase de persona que es cada uno. Enseguida vamos a hablar del Presidente, con quien pudimos tener ayer una comunicación muy breve pero muy fructífera. Pero empecemos por el principio. Fue muy lindo y conmovedor el “aplauso” a los profesionales de la salud. Lo que hay que exigir ahora es que se los proteja y se les de seguridad sanitaria, para que no se transforme en el grupo de riesgo con más muertos, como está sucediendo en Italia.

Acabamos de leer el hilo de tuits de la vicepresidenta de la Nación, quien está volviendo de Cuba con su hija Florencia. No lo vamos a reproducir acá porque no queremos perder el tiempo. Sí nos parece adecuado decir que es imperioso que abandone su egocentrismo para ponerse siempre por delante de cualquier cosa. Pedirle que asuma su rol en el medio de la epidemia, que es el de acompañamiento institucional y político. O que, en todo caso, se llame a silencio y deje de hacer ruido, para que el gobierno pueda trabajar como corresponde.

Lo mismo, aunque en menor proporción, hay que decir sobre el irresponsable de Juan Grabois, el protegido del Papa que no hace más que orinar fuera del tarro. O a los dirigentes políticos de la provincia de Buenos Aires que intentan llevar agua para su molino contra María Eugenia Vidal por el desastre de infraestructura de la provincia, que empezó hace casi 30 años.

Es un momento histórico. Y en los momentos históricos los dirigentes pueden pasar a la historia como miserables o estar a la altura. Alberto Fernández está mostrando, hasta ahora, que podría estar a la altura. Ojalá no lo traicione la tentación populista del oportunismo. Sobre Marcelo Tinelli, sería bueno saber qué sombrero se quiere poner: si el de referente social contra el hambre o el del empresario superficial que viaja en avión privado a su casa de Esquel en medio de semejante desbarajuste sanitario, político y social.

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