Hay dos Alberto Fernández. Uno, el mejor, el más enfocado, es el que toma las decisiones sanitarias, a pesar de que es un abogado. Porque lo hace casi como un médico emergentólogo. Es el Alberto que anunció ayer que la cuarentena no se levantaba y está a la altura de su responsabilidad como jefe de Estado. No quiere que se sigan contagiando y muriendo más argentinos. ¿Quién podría criticarlo por eso?
Es cierto: su correcta decisión sanitaria no siempre se ejecuta con eficiencia o responsabilidad. Lo del viernes negro es una evidencia incontrastable. También es muy discutible porqué los cajeros de banco no fueron incluidos, desde el minuto uno de la cuarentena, como una actividad esencial. El otro Alberto, el que decidió o no tuvo más remedio que armar un gabinete “de coalición” o “loteado”, es al que peor le va. El escándalo de los sobreprecios de los alimentos es otra evidencia indiscutible. En el medio del incendio, tomó una decisión que va en el sentido correcto, pero que es insuficiente: ordenó que no se haga ni una compra más por encima de los precios máximos. Es correcta porque les arruinó el negocio a todos los que pensaban seguir robando miles de millones de pesos.
Pero es insuficiente por dos razones. Una: los precios máximos son los valores al público; el precio al por mayor debería ser sustancialmente menor. Y dos: además de enojarse y comentar, debería ordenar una investigación administrativa y otra penal. Porque todo parece indicar, como opinó Víctor Fera, una suerte de Alberto Samid del rubro de la alimentación, que acá no hubo error, sino coimas. Recordemos: Vera es un empresario hiperoficialista. O tan oficialista como Juan Grabois, el dirigente social que exige que rueden todas las cabezas que sean necesarias.