Parece contradictorio, pero no lo es. Cristina Fernández de Kirchner todavía está ganando en las próximas elecciones generales de octubre, pero a la vez ya parece formar parte del pasado.
Si se presta atención a las pocas encuestas serias que existen, la presidenta todavía gana, entre otras cosas, porque más del 50 por ciento del padrón que no la votaría nunca está disperso. Porque a su “vieja propuesta” aún no se le opone una “nueva alternativa” capaz de disputarle el liderazgo. Su propuesta es “vieja” porque la forma de hacer política y ejercer el poder tanto del ex presidente Néstor Kirchner, a quien solo menciona con el pronombre Él, como de Ella, ya cansaron a una importante cantidad de argentinos. Es prepotente, autoritaria, no tolera el diálogo, ni las críticas ni las diferencias. A dos semanas de las elecciones primarias y obligatorias del 14 de agosto, el oficialismo podrá reivindicar su probable triunfo, gracias al crecimiento ininterrumpido de la economía. Debido a que cerca del 40 por ciento de los votantes podrían elegir lo “malo conocido” que lo “bueno por conocer”.
Sin embargo, las noticias de las últimas semanas están empezando a demostrar que el triunfalismo presidencial tiene límites precisos y los tendrá todavía más visibles después de las presidenciales del 23 octubre.
Para empezar, aún cuando gane en primera vuelta, se despertará, al día siguiente, con unos cuántos adversarios que la enfrentarán sin contemplaciones, porque ya no podrá ser otra vez candidata presidencial. Se anotan de antemano e incluso sin conocer el resultado de las elecciones en sus propios distritos, dirigentes como Daniel Scioli y José Manuel de la Sota, y otros que ya “revalidaron sus títulos” como el jefe de gobierno de la Ciudad, Mauricio Macri y el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey. Para seguir, también le van a dar la espalda decenas de intendentes del conurbano y kirchneristas enojados con la concepción política de que se puede y se debe gobernar con un grupo reducido de confidentes y el sello de La Cámpora, como si el hecho de ser jóvenes fuera garantía de compromiso y eficiencia en la gestión.
Publicado en El Cronista