Es muy curioso el vínculo que Cristina Kirchner y su hijo Máximo tiene con algunos ricos. A los ricos de cuna, como Mauricio Macri, lo desprecian, los combaten y los persiguen. A los ricos como Cristóbal López, quien intentó eludir la cuarentena para visitar a su hijo en el campo, los ayuda a evadir impuestos por miles de millones de pesos, los obliga a comprar medios para ponerlos a su disposición y hasta comparten el mismo abogado, en su intento de zafar de las acusaciones de corrupción.

Cristina y Máximo usan a los ricos para hacer política. Los eligen de enemigos, para que la militancia crea que son como Robin Hood. Néstor Kirchner enriquecía a sus amigos, como Lázaro Báez, para enriquecerse él mismo. Cristina y Máximo son tan pícaros que usan a los ricos para correr al Presidente por izquierda. Tanto, que Alberto Fernández llegó a repetir la delirante idea de que el bichito del coronavirus transforma en una tontería la acumulación de riqueza. Es un problema para los argentinos que el gobierno, a veces, ostente un discurso antiempresario. Porque son las empresas las que hacen crecer la econonomía, y no los discursos pseudoprogresistas. Y también es un problema porque no se puede gobernar un país de manera decente y efectiva, si sus principales dirigentes dicen una cosa y hacen otra.

Es decir: persiguen al sector productivo y los demonizan, mientras arreglan por debajo de la mesa con sus amigos de negocios y se enriquecen de manera ilícita, con fortunas que deberían ser alcanzadas por el impuesto a los nuevos ricos que agitan a cuatro manos. Además, al final, la mentira y la hipocresía siempre salen a la luz. El viaje de Cristina a Cuba para visitar y traer de regreso a su hija desobedeciendo una instrucción del Presidente para todo el país es una muestra cabal. Y el intento de Cristóbal de violar la cuarentena para ir a visitar a su hijo, tiene el perfume de la conducta de quienes violan sistemáticamente la ley y las normas. Todos extrañamos a nuestros hijos y a nuestros amigos. Pero no usamos ni nuestra influencia ni nuestros permisos para cubrir nuestras carencias emocionales. Porque no nos sentimos por encima de nadie.

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