Alberto Fernández dice que no quiere perder el contacto con la gente de a pie. Lo dice, y, en parte, lo hace, desde siempre. Cuando era jefe de gabinete llevaba a Estanislao al colegio en su propio auto. Era una manera de pasar aunque sea unos minutos juntos, ya que estaba separado de la mamá. La semana pasada se metió en una barriada de Lanús, para comprobar cómo se cumplía allí la cuarentena. Como si eso fuera poco, definió a su administración como “un gobierno de científicos”.

Por todo esto, con mucho respeto, le recomendaría que detenga a leer dos cartas. De dos médicas. Son muy sencillas. Muy directas. Y estamos seguros que le servirían para hacerlo pensar en cosas en las que hasta hoy, quizá, por exceso de trabajo, no está pensando. Una la escribió la semana pasada Estefanía Mazza Diez, una cirujana marplatense que la escribió con mucho respeto. Al mismo tiempo plantó sus diferencias con las ideas del jefe de Estado. Es una potente reflexión que atraviesa el ajuste de la política, la dedicación de los funcionarios y el hartazgo de los profesionales de la Salud. La otra se conoció ayer. Es de otra médica. Se llama Laura Cortés. Es dermatóloga y trabaja en el Hospital de Agudos Enrique Tornú, en Villa Urquiza. Dice a toda la clase dirigente: “No quiero más aplausos”. Solo pide la protección mínima indispensable para trabajar, no contagiarse y eventualmente morir.

Ayer conversé con Laura en Mirá (link aquí). Conversé es una manera de decir: habló ella sola. Es evidente que tenía la imperiosa necesidad de hacerlo. Y fue todavía más clara.

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