El Presidente intenta salir del laberinto por arriba. Después de la peor semana desde que asumió, afectado todavía por los cacelorazos de la semana pasada, dio un par de pistas de cómo piensa hacerlo en la entrevista que condededió a Maru Dufard y Luciana Geuna. Alberto está convencido de que la cuarentena estricta no va más. Ahora estudia cómo “desarmarla” de manera ordenada y paulatina. También sabe que la suerte de su gestión no solo se juega por las decisiones sanitarias que tome, sino al éxito de las negociaciones por la deuda.
Ayer, a última hora, miembros conspicuos del círculo rojo estaban convencidos de que el ministro de Hacienda, Martín Guzmán, había mostrado, por primera vez, su intención de ceder algo de sus posiciones originales, para evitar caer en default. Dentro y fuera del gobierno están convencidos de que el Presidente no quiere que Argentina salga del mapa por nada del mundo. Los fondos de inversión están desorientados. No saben, a ciencia cierta, como puede terminar la película. Entienden que Alberto Fernández no desea romper, pero desconfían de su verdadera autonomía.
Hoy al mediodía la vicepresidenta lo visitara en la Quinta de Olivos. Sería muy ingenuo no pensar que volvería a hablarle de sus problemas judiciales, y de lo poco que estaría haciendo Alberto, según ella, para terminar de solucionarlos. También sería infantil no deducir que le hablará de la negociación con los acreedores. Pensemos juntos, una vez más. ¿Qué le convendría objetivamente a Cristina, para ser alternativa de poder? Ir al default. ¿Para qué? Para debilitar al Jefe de Estado y proponerse como una alternativa populista, contra los poderes concentrados. Es todo lo contrario a lo que le conviene al Presidente. Y también a la República Argentina.