La muerte de Candela Sol Rodríguez es, sin duda, la peor noticia del año. El hecho de que no sea leída como un caso más de “inseguridad” podrá aliviar, por un tiempo, al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli. Y también a miles de padres de clase media y media alta, quienes empezaban a fantasear con la idea de contratar seguridad privada para sus hijos una vez que cruzaran la puerta de la casa hacia la calle. Sin embargo, la hipótesis de un ajuste de cuentas por parte de una banda mixta del conurbano bonaerense integrada por narcos, ex policías y policías en actividad es, sin duda, la más grave y preocupante. Porque significa, ni más ni menos, que el crimen organizado no tiene la más mínima posibilidad de ser controlado. Al contrario: todo parece indicar que las bandas pueden actuar con absoluta impunidad, y que lo harán con más comodidad todavía, a medida que pase el tiempo y el Estado no responda.
Repasemos. Candela fue secuestrada a unos metros de la puerta de su casa, fue retenida durante once días por personas que, aparentemente, ella conocía. Fue alimentada y bien tratada hasta que la asesinaron por asfixia. La mamá, Carola Labrador, no recurrió primero a la policía sino a la prensa, y a partir de ese momento transformó la búsqueda de su hija en una causa nacional. Una causa en la que llegaron a involucrarse personas honestas e insospechadas de querer sacar rédito personal de semejante acción. Desde Juan Carr, responsable de la Red Solidaria, hasta Ricardo Darín, uno de los actores argentinos de mayor prestigio, pasando por Adrián Suar, Facundo Arana, Juan José Campanella y Guillermo Francella, entre otros.
Al principio, se empezó a hablar de un presunto caso de pedofilia, o trata de blancas. Al poco tiempo se incorporó la idea de un secuestro extorsivo. Pero a medida que pasaron los días, fuentes de la investigación judicial y del gobierno de la provincia de Buenos Aires insistieron con la hipótesis de la vendetta narco, como si semejante respuesta sirviera para correr el telón del caso que conmovió a la Argentina durante casi dos semanas.
Sin embargo, cada dato parece todavía más tenebroso. Porque la banda mixta de narcos, policías y ex policías ya habría secuestrado a otros miembros de una familia, quienes a su vez trabajaban o estaban vinculados con otra banda de narcos que opera en Villa Korea, en el Partido de San Martín. Es decir: de manera directa o indirecta Candela Rodríguez habría sido víctima de una pelea a muerte entre mafiosos, quienes decidieron incluir entre sus métodos el secuestro y el asesinato de los hijos y los sobrinos de los adultos que habrían roto los “códigos” de la organización.
Pero hay algo todavía peor. Ni el gobierno nacional, a través de la Secretaría de Inteligencia (SI) ni el gobierno provincial, a través de la policía y la fiscalía de Morón, fueron eficaces ni para evitar la muerte de Candela ni para encontrar, hasta ahora, a los responsables del hecho. Al contrario, la ministra de Seguridad, Nilda Garré, hizo las veces de comentarista y el fiscal federal de Morón, Federico Nieva Goodgate reconoció el fracaso del sistema. Mientras tanto, los asesinos de Candela “se dieron el lujo de operar” en las propias narices de los miles de policías encargados del operativo y de arrojar el cadáver a 29 cuadras de la casa de la familia, como un mensaje político hacia los organismos de seguridad del Estado, y también a toda la sociedad.
Cristina Fernández de Kirchner había recibido a la madre durante más de una hora, en medio de la incertidumbre. Pero, a pesar de que tuvo la oportunidad, después de la muerte de Candela eligió no hablar del tema, quizá porque sus asesores en comunicación le aconsejaron que no lo hiciera, para no perder votos con vistas a las elecciones de octubre. El gobernador Daniel Scioli mandó a decir que no hablará hasta que el crimen no se encuentre esclarecido y sus autores detenidos y a disposición de la justicia. La oposición oscila entre criticar con dureza al oficialismo y el silencio, porque la mayoría de los líderes no sabe cómo puede terminar la cuestión, y si los argentinos tomarán sus críticas como una jugada de aprovechamiento político de un asunto emocional.
Pero si uno mira un poco más allá, si le presta atención a las conexiones de la familia de Candela, comprobará lo profundo que ha penetrado el narcotráfico, las bandas de piratas del asfalto y las prácticas criminales en vastos sectores de la política, la policía, los clubes de fútbol y el resto de la sociedad. Por eso su brutal asesinato es, sin duda, la peor noticia del año.
Publicado en El Cronista