La pandemia lo hizo. Ahora hay un Estado al que todo el tiempo le estás debiendo, y al final del día casi se transforma en el dueño de tu vida. Hasta antes del IFE y las ATP, las personas e instituciones que recibían un cheque del Estado no superaban los 20 millones. Ahora, son, casi, el total de los argentinos, menos unos pocos millones que no están dentro de ningún sistema, una suerte de parias, en el limbo de la changa, el cuentapropismo y la informalidad.

Asfixiado, sin voz ni voto, atacado por una buena parte del gobierno, resiste, con cierto orgullo, el sector privado que produce bienes y servicios. Suele vivir y trabajar en las ciudades. Y en el caso de los porteños de la ciudad de Buenos Aires, ahora somos doblemente discriminados. Empezó, cuando no, la dueña de la grieta, Cristina Fernández, comparando toda la riqueza de la Ciudad con las necesidades del conurbano profundo. Como si ella no hubiera contribuido a multiplicar la pobreza y la carencia en La Matanza, Merlo, Moreno o Lomas de Zamora. La está imitando uno de sus mejores discípulos, Alberto Fernánez, que a todo el que no piense como ahora piensa él le adjudica una mirada porteñista. Y los reinterpreta el energúmeno del gobernador de La Pampa, Sergio Ziliotto, quien acaba de decir que a la Argentina que trabaja le sobran porteños. La cuarentena durará lo que tenga que durar, y la feudalización de la Argentina está en marcha. El Presidente parece estar subido a esta peligrosa ola.