El Presidente está en el peor escenario: no puede ordenar el fin de la cuarentena, porque los contagios y las muertes, en efecto, se podrían disparar. Y al mismo tiempo el agotamiento natural por los días de confinamiento se acrecienta, junto con la incertidumbre sobre el futuro y el desastre económico que estamos viviendo.

Ayer, por lo menos, evitó usar un lenguaje autoritario y se mostró un poco más empático con el hartazgo de los ciudadanos. Apenas se salió del libreto con un par de preguntas de los periodistas, y evitó las largas respuestas de los anuncios anteriores. Hay economistas que ya están calculando que, cuando termine la pandemia, cerrarán decenas de miles de empresas, se perderán cerca de un millón y medio de puestos de trabajo y el país alcanzará el récord de más del cincuenta por ciento de los pobres.

Mientras tanto, la vicepresidenta avanza en el monotema que la tiene como protagonista exclusiva: la pulverización de las causas para garantizar su impunidad. Y en las últimas semanas le agregó un ingrediente que conoce muy bien: la venganza. Sus perritos falderos están al acecho. No hay por qué temer: la mostraron su incapacidad manifiesta para prestarle un servicio más o menos eficiente.

comentario de Luis Majul en CNN Radio Argentina