El intento de expropiación de Vicentín, la salida del país de Latam, la posibilidad de última hora de entrar en default y los intentos infructuosos de la vicepresidenta de hacer caer las causas de corrupción, son parte de una carrera loca que está llevando a la Argentina al peor de los mundos: el de la crisis económica más grave de la historia, con el peligro adicional de un costoso desbande político. También se está empezando a hacer trizas la promesa de Alberto Fernández y el improvisado Frente de Todos: el de llenar la heladera de los argentinos, para venir a reparar la política económica de Macri.
Cuando pase el temblor, será insuficiente el COVID-19 para justificar la serie de malas decisiones que está tomando este gobierno. Y quizá suceda algo todavía más grave: los argentinos que no le creen a Cristina pero también los que estaban dispuestos a hacer la vista gorda frente a las múltiples tramoyas para lograr su impunidad, podrían redireccionar su resentimiento hacia todo el gobierno, sin diferenciar entre los modos del Presidente y los de su vice. ¿Cuánto relato será suficiente para evitar semejante Estado de cosas? ¿Cuánto circo, a falta de pan, estarían dispuestos a ofrecer desde el gobierno, que ya se ha mostrado ineficiente en materia económica, social, e incluso en la lucha contra la pobreza y el hambre, en la que se suponía son los principales expertos? Para que la tormenta perfecta no busque una salida autoritaria, o tan extravagante como la de Jair Bolsonaro, es imperioso que la oposición se mantenga unida, con dos objetivos. Uno: que la cosa no se desmadre. Y dos: que se pueda llegar con cierta normalidad a las elecciones legislativas del año que viene.
Columna de opinión de Luis Majul en CNN Radio