Todos parecen tener un poco de razón. Pero no toda. Las autoridades sanitarias de la provincia, cuando dicen que si no se vuelve a fase uno, el sistema de salud se podría saturar. Las de la Ciudad y la Nación, cuando evalúan que ya no se puede volver tan atrás, porque la salud mental de los habitantes del AMBA no lo va a resistir. Y también el exministro Adoldo Rubistein, cuando afirma que la cuarentena no solo se deshilachó, sino que ya se rompió, y que no hay manera de juntar los pedacitos. Pero entonces ¿Qué pasó? ¿Qué se hizo mal? ¿No era que la cuarentena estricta y temprana iba a servir para ganar tiempo y organizarse?
En la rigurosa nota que escribió ayer Nora Bar para La Nación quizá puede haber una respuesta. Fue una cuarentena de buen arranque, pero con un desarrollo imperfecto. Con relajación temprana de los controles. Sin los suficientes testeos ni los seguimientos ni el aislamiento adecuado de los contagiados. En especial los de la provincia de Buenos Aires, muchos de los cuales volvieron a sus casas y habrían contagiado a los demás. Lo que no pueden hacer, ni el Presidente ni el gobernador es echar la culpa a los runners y al banderazo de semejante imprevisión. Ya es suficiente con el miedo que nos meten por un lado para lavarse las manos por el otro. Así como deben haber disfrutado de los altos índices de adhesión que recogieron ni bien se declaró la pandemia, deben aprender a soportar el rechazo, ante la insatisfacción por la gestión del día a día. Tanto Alberto Fernández como Axel Kicillof fueron los campeones de la crítica furiosa a Mauricio Macri y María Eugenia Vidal. Con ese discurso ganaron las elecciones ambos. Ahora es el tiempo de probar un poco de su propia medicina. Todos estamos mirando si se van a hacer cargo de su responsabilidad o le van a seguir echando la culpa a cualquiera que pase por ahí.
Comentario de Luis Majul en CNN Radio