Uno de los hombres del gabinete más cercano a la Presidenta vaticinó, ante un empresario argentino con quien conversó en París durante la última visita oficial, que después de las elecciones del próximo 23 de octubre alumbrará "un nuevo orden". Guardián ideológico y práctico del cristinismo puro, el secretario de Estado se atrevió a decretar la confirmación práctica del "que se vayan todos" para la mayoría de los líderes de la oposición y el advenimiento de una nueva organización "política, económica y social" muy distinta a la que existía hasta las primarias del último 14 de agosto.

 

El alto funcionario, igual que Cristina Fernández, no se mostró eufórico. Pero sí muy tranquilo y seguro. Como no hay clima de campaña electoral y todos los sondeos continúan favoreciendo al oficialismo, los cerebros del Gobierno tienen tiempo para pensar escenarios futuros y también para aceitar la maquinaria de poder absoluto que tantos buenos resultados sigue produciendo desde la muerte de Néstor Kirchner, el 27 de octubre del año pasado. A las consultoras casi nadie les encarga más encuestas nacionales, porque la verdadera tuvo lugar hace poco más de un mes y resultó una paliza tan contundente que aplastó cualquier duda sobre quienes ganarán. Además -según una fuente segura de una de las encuestadoras que menos suele equivocarse- todo sigue más o menos igual, con algunas mínimas variaciones. De acuerdo a ese trabajo, si las presidenciales fueran hoy, Cristina Fernández obtendría el 52 por ciento de los votos, un poco más de un punto por encima de los que obtuvo en las primarias. Segundo quedaría Hermes Binner, con cerca de 15 puntos, tercero Ricardo Alfonsín, con el mismo 12 por ciento que logró en agosto, Eduardo Duhalde se ubicaría por debajo del 10 por ciento y Alberto Rodríguez Saá crecería hasta llegar a un 9 por ciento. En la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli estaría ampliando la diferencia sobre Francisco de Narváez en 2 o 3 puntos. El gobernador lograría más votos de los que obtuvo en las primarias y el diputado nacional perdería unos pocos.

 

Pero, ¿en qué consistiría el "nuevo orden" al que aludió el incondicional de la jefa del Estado? Para determinarlo, un buen ejercicio sería pensar con la lógica "política" del secretario, la Presidenta y también del ex presidente Kirchner, ya que son exactamente iguales. Cuando algún consejero le sugería que dejara de embestir contra quienes consideraba sus enemigos, o que atendiera no sólo a los leales sino también a los periodistas críticos, El solía responder: "Si hasta ahora nos fue tan bien así ¿para qué vamos a cambiar?".

 

Con semejante triunfo, es muy probable que, la Presidenta, el ministro y candidato Amado Boudou y funcionarios como Carlos Zannini, Juan Manuel Abal Medina y Guillermo Moreno, entre otros, estén pensando, por ejemplo, no en bajar la intensidad sino en profundizar la guerra contra el Grupo Clarín y los demás medios y periodistas críticos. Y que también estén analizando cómo disciplinar a decenas de empresarios y sindicalistas que todavía ofrecen cierta resistencia a la política del garrote. Si cuando no estaban seguros de la victoria jugaron a fondo y gastaron cientos de millones de pesos en publicidad oficial para los incondicionales, enviaron la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) a los considerados "enemigos" e hicieron uso y abuso de los jueces amigos para consolidar su poder ¿qué les impedirá ahora hacer lo mismo, o todavía más, hasta que no quede nadie capaz de disentir con el pensamiento único que les imponen a sus seguidores?

 

Los niveles de indignación ante los reiterados abusos oficiales han bajado hasta casi desaparecer. Algunas cosas que el Gobierno no se hubiera animado a impulsar durante 2007, 2008, 2009 y 2010, hoy son asumidas como "naturales", incluso por las propias "víctimas". La semana pasada un funcionario no identificado ordenó retener en la Aduana un millón de libros sólo porque fueron confeccionados en imprentas fuera de la Argentina. Sin embargo, los empresarios afectados no salieron a protestar de manera pública, porque saben que detrás del pataleo puede llegar la visita de un inspector de la AFIP. O todavía algo peor. Un poco antes, el ministro de Educación anunció la inclusión de noticias de pensamiento único de la agencia Télam para todas las netbooks que entrega el Estado. Y a nadie se le movió un pelo. Lo demás es cosa de todos los días. El aumento de la publicidad oficial de manera discrecional y casi delictiva para los medios adictos es cada vez más notable mientras la disminución o directamente el retiro intempestivo para los no alineados ya se practica sin ningún disimulo. Lo mismo sucede con los apoyos o subsidios en el mundo del espectáculo y la cultura. Hay muchos millones de pesos para los unitarios que se dediquen, por ejemplo, a contar la historia oficial sobre Papel Prensa. Pero sería impensable, por ejemplo, que el Estado apoyara un documental con la biografía no autorizada del extinto ex presidente Kirchner.

 

El "nuevo orden político, económico y social" necesita de un relato oficial que la realidad vuelve a poner en cuestión. La idea de que este Gobierno llegó para luchar contra los poderosos y los medios concentrados es insostenible. Primero, porque ni los poderosos ni lo que el Gobierno denomina "medios concentrados" demostraron tener tanta potencia. Segundo, porque ahora mismo el conglomerado de medios oficiales y paraoficiales es más grande y tiene más recursos que las empresas y los periodistas no condicionados. Tercero, porque la nueva "corpo mediática estatal", que se financia con los impuestos que pagamos todos, posee un solo discurso, básico, de trazo grueso, lleno de clichés y muy superficial, que no tolera matices ni soporta la confrontación de ideas.

 

Por lo demás ¿quiénes podrían ser los legítimos representantes de este "nuevo orden"? Si se analiza con seriedad el origen de casi todos los integrantes del gabinete, se comprobará que casi no hay ministro o secretario de Estado que no haya trabajado para Carlos Menem, Eduardo Duhalde o la Alianza de Fernando De la Rúa y Carlos Chacho Alvarez. Y algunos cuadros de La Cámpora que hoy manejan dinero oficial deberían cuidarse un poco más: dentro del propio gobierno los acusan de "hacer caja política" para sostener a sus candidatos a legisladores a intendentes en las elecciones que vienen. ¿Cristina Fernández no lo sabe? ¿O lo sabe, lo tolera y lo autoriza? Ahora que la oposición está reducida a su mínima expresión y la legitimación del proyecto oficial es abrumadora, nadie piensa en estas menudencias como un problema real. Pero eso no significa que no existan. Y para mostrarlas estamos los periodistas. Lo escribió Horacio Verbitsky en 1997, en el prólogo original de su libro Un mundo sin periodistas, con palabras que recuerdo como si fuera hoy: "Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Criticar todo y a todos. Echar sal en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa, que del lado bueno se encarga la oficina de prensa, de la neutralidad los suizos, del justo medio los filósofos y de la justicia los jueces. Y si no se encargan ¿qué culpa tiene el periodismo?"

 

Publicado en La Nación