El Presidente no tiene juego propio. Ni espacio para armar una línea interna. Ni masa crítica para defenderse. Si a la embestida de Hebe de Bonafini, en sintonía con lo que dice y lo que piensa Cristina Fernández, solo tiene para oponerle al ministro de Defensa, Agustín Rossi, y el pedido de paciencia del ministro de Desarrollo de la provincia, Andrés Cuervo Larroque, debemos concluir que Alberto Fernández estaría en serios problemas.
“Vamos a responder con gestión”, le dijeron fuentes del propio gobierno al periodista de La Nación, Gabriel Sued. Y hoy Carlos Pagni, en su columna, miró un poco más allá. Escribió que, al frente de un país con graves problemas estructurales y sin recursos para redistribuir, la gestión del Presidente no parece ser muy eficiente. Solo tendrá para mostrar y reivindicar su decisión de ingresar en una cuarentena temprana. Pero las consecuencias económicas y sociales de la misma cuarentena también se las van a facturar a él. Para colmo, la jugada maquivélica con la que Cristina ungió al actual jefe de Estado la coloca en la primera línea sucesoria.
Lo que hay que empezar a decir con todas las letras, todo el tiempo, para que nadie vuelva a equivocarse, es que Cristina Fernández no es la oposición. Es el gobierno. No puede ser vista como la solución futura, porque es parte del mismo desbarajuste. En todo caso, Alberto Fernández es su responsabilidad. No lo puede poner y sacar según su conveniencia. Están juntos en el mismo barco. El verdadero problema es que arriba de ese barco también estamos nosotros.