La que estamos soportando es la campaña electoral para presidente más aburrida de la actual era democrática. No solamente no provoca el más mínimo interés en la mayoría de la sociedad. Faltan todavía diez días para su celebración y ya la repetición ininterrumpida de los avisos de los candidatos supera, por mucho, el nivel de tolerancia y saturación de cualquier oyente y televidente promedio.

 

Incluso resultan insoportables los cortos de Cristina Fernández, que son los más logrados desde el punto de vista estético y desde la contundencia del mensaje. ¿Lo habrá hecho a propósito el ministro Florencio Randazzo, el hombre que dispone la distribución de los espacios? En serio. Ver y escuchar a Brian, a Cecilia y Don Atilio está muy bien unas cuantas veces, pero llega un momento en que el efecto que produce es exactamente el contrario al que se busca. Y ni qué hablar de la voz ronca de Ricardo Alfonsín en medio de un acto o el contradictorio mensaje que da Eduardo Duhalde cuando susurra, con voz muy suave, "vamos para adelante".

 

No es ninguna primicia: la campaña no entusiasma a nadie. Primero, porque el resultado está cantado. Segundo, porque la oposición ni siquiera pudo instalar, en el centro del debate, el peligro cierto y cercano de la hegemonía política oficial. Y tercero, porque no hay un solo candidato capaz de poner sobre la mesa una idea interesante o novedosa y digna de ser discutida.

 

También es cierto que la Presidenta no ayuda. No hace conferencias de prensa. No responde preguntas. No se somete a ningún debate. Pero los demás están tan abúlicos que ya ni siquiera se quejan de eso. La única que le está poniendo un poco de pimienta al asunto es la gran derrotada, Elisa Carrió. Ella no tiene votos, hizo implosionar a la fuerza política que lidera y su futuro como dirigente es incierto.

 

Sin embargo, explicó con sencillez algo que cualquier analista atento puede confirmar si observa el escenario con detenimiento: si la Presidenta resultara plebiscitada con un voto cercano al 55 por ciento, tendrá muchas posibilidades de instalar la discusión sobre su reelección. E incluso conseguirla. Y lo podría lograr gracias, entre otras cosas, a la práctica del deporte más popular después del fútbol: el panquequismo nacional. El Gobierno puede argumentar que se trata de una polémica extemporánea. El candidato Hermes Binner puede presentarla como una maniobra para evitar que su intención de voto continúe creciendo. Pero la verdad es que el tema provoca más curiosidad que la propia campaña. Incluso la persistente aunque minúscula suba del dólar y la creciente y preocupante "fuga de capitales" son más interesantes, como tema de conversación, que los comicios del 23 del actual.

 

Mientras tanto, a lo que se debe estar más atento todavía es a la evidente colonización del Estado. Está claro que al kirchnerismo no le alcanza con un par de mandatos. Que vinieron para quedarse, si es posible, para siempre. Si sólo en los últimos meses La Cámpora logró instalar a 7000 de sus "militantes" dentro del Estado, ¿en qué se terminará transformando la administración pública dentro de cuatro años, cuando la Presidenta termine su segundo mandato? Si la astucia y la seducción de Néstor Kirchner primero y su esposa después lograron incorporar al "proyecto" a decenas de intelectuales, periodistas, filósofos y actores que todos los días se la pasan repitiendo que el actual y el anterior son los mejores dos gobiernos en toda la historia, ¿adónde nos terminará llevando, como país, esta suerte de pensamiento único, masificado y acrítico? Si continúan repartiendo millones y millones de pesos desde el Estado a los empresarios, sindicatos amigos, organizaciones no gubernamentales, medios y productoras de radio, televisión y cine que simpatizan con la causa y al mismo tiempo se discrimina y persigue a las pocas organizaciones e individuos que todavía mantienen intacto su espíritu crítico, ¿la Argentina seguirá siendo una República o se transformará en Kirchnerlandia o en Cristinalandia, con todo lo (malo y peligroso) que esto puede significar?

 

Los periodistas que nos ocupamos de analizar la política estamos aburridos y ansiosos. Queremos que se vote cuanto antes. Si es posible ya mismo. Deseamos saber si Cristina Fernández se volverá más "respetuosa de las instituciones" y más democrática o si continuará con su doble estándar de no involucrarse en público con "las malas noticias" y al mismo tiempo enviar a "sus mastines" para atacar a quienes cuestionan algunas de sus decisiones. Nos urge enterarnos de si se va a "radicalizar" sólo en el discurso o también con sus acciones. Pretendemos dilucidar hasta dónde va a llegar en su ataque a las empresas y periodistas que no responden a "la corpo" de medios hegemónica paraoficial y oficial. Si esta administración va a seguir manipulando las cifras del costo de vida y la pobreza y si va a continuar inflando las estadísticas de buenas noticias en medio de la anestesia del consumo y el crecimiento del PBI.

 

Nos gustaría confirmar si Daniel Scioli se le va a plantar a la Presidenta antes de que Gabriel Mariotto siga avanzando sobre el nuevo gobierno de la provincia de Buenos Aires. Si el problema de Cristina Fernández es con Hugo Moyano o con cualquier sindicalista que no quiera poner un límite a las paritarias. Si el principio de colonización del Estado se extenderá a toda la Justicia y todos los organismos de control y empezarán a ir presos los que se atrevan a enfrentar al nuevo poder político. Si la Argentina está "blindada", como sugieren algunos funcionarios de la administración, o empezará a sufrir los coletazos de la crisis europea y la desaceleración de las economías de Brasil, China y la India, como afirman expertos de las más diversas escuelas.

 

Queremos saber, en fin, si la magnitud de la victoria hará a los triunfadores más intolerantes y soberbios todavía o les aportará la humildad y el equilibrio necesarios para gobernar durante los próximos cuatro años.

 

Publicado en La Nación