Durante la crisis de 2001, que dio lugar al fenómeno político denominado “que se vayan todos” alguien escribió, en una pared de una calle del barrio de San Telmo: “nos mean y la prensa dice que llueve”. Lo mismo está sucediendo con las cada vez más intensas internas en el gobierno. Cristina Fernández y Alberto Fernández se pelean para para dirimir quien, al final, se queda con la manija. Sin embargo el Presidente insiste en que en el Frente de Todos no hay profundas diferencias. Solo “gente que piensa distinto”.

¿A quién hay que achacarle la responsabilidad? Hasta hace poco, se podía suponer que el Presidente solo atinaba a defenderse de los maquivélicos y rebuscados ataques de la vice. Pero a esta altura, con las “diferencias” tan expuestas como están, bien se puede concluir que el jefe de Estado pecó, desde el principio, de excesiva autoconfianza. Que supuso, en el fondo, que el tiempo y su muñeca política podrían contrapesar el liderazgo prepotente de Cristina Fernández. Los que seguimos la actualidad política con detenimiento sabemos que ella, todos los días, lo arrincona un poco más. Y también sabemos que planea saltar del barco del Poder Ejecutivo en el momento exacto en que sienta que el Presidente se pudiera estar hundiendo. Ya nadie puede negar que la pelea existe. Ahora hay que llamar la atención sobre las consecuencias que está generando no solo en la gestión y la administración del gobierno, sino en los habitantes del país.