El Presidente Alberto Fernández funciona como el gerente que opera la grieta. La Dueña de la grieta es la vicepresidenta, y su círculo de incondicionales, entre los que se encuentran, con diferentes estilos, desde Oscar Parrilli hasta Máximo Kirchner. Pero el jefe de Estado la saca a relucir cada tanto, con el único objetivo de evitar el enojo de Cristina.
Ahora, además de su propia relevancia política, la vice tiene otro argumento más: le achaca al presidente que, al llamar a Horacio Rodríguez Larreta su amigo, al no esmerilarlo como hace ella y su hijo con el expresidente Macri, el jefe de la Ciudad ha superado al propio Alberto en imagen positiva, así que hay que empezar a castigarlo. El Presidente debe estar, a esta altura de su mandato, un poco más que agotado. Cuando se disponía a disfrutar del éxito del acuerdo con los acreedores privados, se levantó a la mañana siguiente con la presión de la dirigente que lidera una estructura política paralela. Entonces lo hicieron meter la pata de nuevo. Con su alusión al procesamiento del fiscal Carlos Stornelli, cuando la vice tiene 11 procesamientos, la mayoría de ellos por graves delitos de corrupción. Con la mención de los abuelos porteños que se tienen que atender en la provincia, cuando se trata de afiliados de PAMI, quienes dependen de un organismo nacional. Para colmo, la Cámara del Crimen rechazó la reforma judicial, los camaristas federales a los que quieren remover se le pararon de manos, y la oposición está mostrando que puede funcionar unida, aún con matices y diferencias de opinión. Sus amigos, cada tanto, le preguntan a Alberto si es negocio para él, salir a pelearle con la oposición, siendo que prometió, como legado, cerrar los dos pedazos de la grieta. El pide paciencia: dice que todavía no tiene ni la fuerza ni la organización para enfrentar a Cristina.