(Columna publicada en Diario La Nación) Cuando la vicepresidenta avanza, el Gobierno, pero también el país, retrocede varios casilleros. Sucede lo mismo a la inversa: cuando Cristina retrocede o no se puede salir con la suya, las cuestiones del Gobierno y el país avanzan. Empiezan a salir las cosas bien. Analicemos, con detenimiento y sin espíritu de grieta, el acuerdo con los acreedores privados.
¿Es una buena noticia? Por supuesto.¿Es para festejar, como si hubiéramos ganado un Mundial de fútbol? De ninguna manera. No en medio de esta pandemia. No en medio de lo que amenaza con ser la crisis económica más grave de la historia argentina. No con el creciente y altísimo aumento de la desocupación y la pobreza. No con el ritmo de emisión monetaria que tarde o temprano se traducirá en crecimiento de la inflación. No con el desdoblamiento del tipo de cambio, el cepo, y la brecha cambiaria, todas medidas que siguen destruyendo la economía real.
¿Es el mejor acuerdo del mundo? ¿Acaso el mejor que se podía conseguir? No hay un acuerdo perfecto. Es un acuerdo con una quita promedio parecida a los 180 acuerdos de deuda privada que se hicieron en la historia reciente. Punto. ¿Era el que esperaba el Gobierno cuando se iniciaron las conversaciones? No. La administración pretendía ahorrar por lo menos 15.000 millones de dólares más. ¿Pero se ahorrará dinero cuando termine la película? Si se cumple, sí. Depende de cómo se mida, nos "salvaríamos" de devolver entre 30.000 y 45.000 millones de dólares. ¿Entonces? Entonces el acuerdo es una noticia que alivia.
Una como para empezar, ahora sí, a presentar un plan económico y ponerse a gobernar, aun en medio de la pandemia. Y gobernar significa que el Presidente abandone de una vez y para siempre la mala costumbre de pensar si Cristina se va a enojar o no, antes de que abra la boca. Por ejemplo, la idea de que Macri es el único responsable de endeudar a la Argentina y Cristina es una gran desendeudadora es puro humo. Que el kirchnerismo desendeudó al país y Juntos por el Cambio le dejó la peor herencia de la historia tampoco es cierto.
El monto de la deuda que se toma siempre hay que analizarlo junto con el déficit y el producto bruto interno. Y cuando se miden juntos, la respuesta es que desde Kirchner hasta Macri, pero antes también, casi ningún presidente dejó de endeudar a la Argentina, porque ninguna gestión terminó recaudando más de lo que se gastaba. Sí se podría decir que la estrategia de Cristina fue emisión y déficit. Y la de Macri fue endeudamiento para equilibrar el déficit. También se podría decir que las dos fracasaron. Pero volvamos al Presidente y la vicepresidenta.
Alberto, en las distintas entrevistas que concedió, se preocupó mucho en poner a Cristina como una de sus buenas consejeras. Más: la llegó a colocar tan alto como lo subió a Lavagna. Los presentó como los consejeros que le habrían sugerido que no se pusiera tan duro, a tiro de default. Para que sonara más creíble, tampoco dejó de usar un clásico del Frente de Todos: plantear que el periodismo y algunos sectores de la oposición habían insistido en que la expresidenta deseaba ir al default, para que terminara de explotar la economía. Bien. Eso no es verdad. O por lo menos no lo informaron ni la oposición ni la mayoría de los economistas ni los periodistas que vienen cubriendo el tema de la deuda.
Lo que sí es cierto, desde el punto de vista político, es que el acuerdo favorece a Fernández y perjudica a la vicepresidenta. Le da más relevancia a la gestión del jefe del Estado, que puso el asunto en su agenda como un tema crucial. También coloca en el lugar a los caprichos personales la embestida de Cristina, a quien parecen no importarle ni el Covid ni la economía ni la inseguridad. Como siempre: solo le interesan sus problemas judiciales, el periodismo crítico y demoler a los sectores de la oposición que trabajan para evitar que avance su plan de venganza e impunidad.
Si no, no se explica cómo su mayordomo político, el senador Parrilli, ahora quiere meter por la ventana de la reforma judicial un estricto control sobre los medios y periodistas que, en ejercicio de su profesión, tienen contacto con fiscales, jueces, camaristas y hasta los miembros de la Corte Suprema de Justicia. Se entiende: Parrilli tiene la misma teoría berreta que el exjuez de la muzzarella, Llermanos. Cree que los periodistas tenemos el poder para "apretar" a los jueces y hacerlos fallar según nuestros deseos. El objetivo de ambos, por supuesto, es uno que no se nombra. Porque son ellos, Parrilli, Llermanos, pero también la misma Cristina y el violento, amenazador Rodolfo Tailhade, entre otros, quienes pretenden meter presos por lo menos a un par de periodistas, para que dejemos de hacer nuestro trabajo e informar sobre las causas abiertas que todavía pesan sobre la vicepresidenta, la mayoría de ellas por graves hechos de corrupción.
En el caso de Llermanos la desesperación es mayor: la denuncia contra exfuncionarios y periodistas es la única herramienta que le queda para defender a sus clientes Hugo y Pablo Moyano. No tiene otra. Sin embargo, en eso, Llermanos también estaría fracasando: su pedido al juez de Lomas Juan Pablo Auge de transformar la causa de asociación ilícita contra Independiente que complica a Pablo Moyano en un acto de persecución ha sido rechazado por el fiscal Santiago Eyherabide.
Ahora regresemos al rol de Alberto Fernández. A su imperiosa necesidad de caerle bien a la vicepresidenta. ¿Qué necesidad tenía, en su ronda de conversaciones con los periodistas que lo tratan tan bien, de introducir más ruido en sus verdaderas intenciones sobre cambiar el sistema judicial al mencionar los casos del fiscal Stornelli y el procurador Eduardo Casal? Para empezar, si tanto sabe de derecho penal y tanto defiende una justicia no punitiva, debería contemplar el principio de inocencia. Para seguir, el procesamiento de Stornelli no está firme. Fue decidido por el juez federal Ramos Padilla, en una causa contaminada a la que se denomina Operativo Puf. Es porque, según el diputado nacional y amigo del Presidente Eduardo Valdés, haría volar por los aires al fiscal y al juez de la causa de los Cuadernos, Stornelli y Bonadio.
Y para finalizar, si tanto le preocupan los procesamientos, debería mirar a su lado, porque Cristina tiene más de una decena. De esos, varios tienen la confirmación del tribunal de alzada. Pero si hablamos de procesados, no habría que detenerse solo en Cristina. Lo mismo vale para Zannini, actual procurador del Tesoro; Juan Mena, secretario de Justicia y segundo del ministerio. Por otra parte, Stornelli cuenta, como cualquier otro fiscal, con inmunidad funcional. Y como si esto fuera poco, la opinión del Presidente en un tema tan delicado como este bien puede ser tomada como una intromisión indebida del Poder Ejecutivo en otro poder que se presume independiente. Stornelli, cada vez que el Presidente habla de él, no deja de sorprenderse. Recuerda que hasta que fue candidato lo llamó varias veces para interesarse por la situación de Cristina. Se debe preguntar, igual que muchos, ¿qué le habrá prometido el exjefe de Gabinete de Kirchner y Cristina a la expresidenta? Ayudarla a conseguir su impunidad. Pero esa función no está entre las obligaciones que tiene el presidente de República. Por eso, cada vez que lo hace, pierde votos. Cada vez más.