Cristina Fernández ganó por escándalo. Chocolate por la noticia. Ahora la gran pregunta es hasta donde aguantará la economía para sostener, durante los próximos dos años, semejante nivel de adhesión. Y cuán exitoso será el nuevo intento por neutralizar a los medios y los periodistas que piensen distinto y se atrevan a manifestarlo.
La mentalidad "milica" del nuevo cristinismo, a la que aludió Tomás Abraham en el primer número de la nueva época de la revista La Maga, sigue intacta. Y más vigilante que nunca. Los oficialistas acríticos encontraron en la palabra "gorila" una síntesis de todo lo que "deben combatir". Es triste comprobar cómo miles de jóvenes, en una etapa de la vida donde deberían reivindicar el intercambio y la discusión de ideas y la rebeldía, adhieren a dos o tres consignas, sin argumentos de peso, y ni siquiera se atreven a cuestionar, en voz baja, los hechos de corrupción, de autoritarismo o de violencia física.
Mañana o pasado, cuando comience la lucha por la sucesión, o más tarde, cuando se empiecen a conocer los verdaderos índices del costo de vida, de la pobreza y de la desocupación, si son sinceros, algunos "soldados de Cristina" reconocerán que su idolatría por el modelo era exagerada. Y si no se recibirán de burócratas del cinismo y la hipocresía, dos características propias de casi toda la clase política. Ahora, cuando persisten los festejos de una victoria legítima, inédita, histórica e indiscutida, parece que nada importa.
Ni la agresión de Guillermo Moreno a un militante de Pro, ni la media verdad de la científica Cecilia Mendive, a quien hicieron aparecer como una "repatriada" cuando era una becada del Conicet que iba y volvía de la Argentina. Ni el uso y abuso del prestigio de las organizaciones de Derechos Humanos para conseguir votos, ni adueñarse de la plata del Estado, ni el desmantelamiento de los organismos de control para evitar y castigar los hechos de corrupción del Poder Ejecutivo. Parece que todo da igual. Ser corajuda y coherente y sincera, como Magdalena Ruiz Guiñazú, que presentarse como una víctima de la dictadura sin serlo, cambiar de opinión de la noche a la mañana o recorrer las intendencias del conurbano bonaerense haciendo proselitismo a favor del gobierno, como Víctor Hugo Morales.
La Presidenta ganó en toda la línea. Por mérito propio y de su gobierno, que supo acompañar el viento de cola de la demanda de alimentos de China y de la India con políticas activas como la Asignación Universal por Hijo con otras de enorme repercusión cultural, como el apoyo a la Ciencia y la Tecnología y la ley de matrimonio igualitario.
No es relevante discutir ahora si, para hacerlo, el oficialismo tomó proyectos originales de otros diputados u otras fuerzas. Es válido que lo haya hecho, igual que lo hizo Perón con los proyectos laborales y de igualdad que impulsó el socialista Alfredo Palacios. Ella ganó por paliza porque la muerte de Néstor Kirchner dio vuelta el mapa político como una media y disparó su intención de voto del 12 hasta el 32 por ciento en apenas veinte días. Ella aplastó a sus adversarios porque sus expertos en marketing político registraron el fenómeno y potenciaron su trepada hasta superar el 50 por ciento de los votos. Ella se fue transformando en intocable e invencible a través de sus apariciones públicas, al compartir el duelo por la muerte de su compañero con las multitudes mientras difundía datos positivos de la economía, algunos de ellos "inflados" como la cantidad de nuevas viviendas construidas desde 2003 en adelante.
De ahora en más importa saber cómo sigue. Si logrará imponer la reforma de la Constitución para conseguir una nueva reelección o la reelección indefinida. Si Daniel Scioli o Mauricio Macri tendrán la fuerza política para plantarse e impedirlo. Si Ella impulsará la creación de leyes capaces de modificar, por ejemplo, el derecho a la propiedad o el reparto de ganancias de las empresas a sus trabajadores. Si avanzará contra Papel Prensa para terminar de eliminar a todos los medios críticos. Y si habrá algunos jueces y una Corte Suprema equilibrada, capaz de impedir que el gobierno se lleve el mundo por delante.
Si uno revisa la historia política de Él y Ella y da por sentado que no habrá una crisis como la de 2001 durante los próximos dos años, se puede plantear la siguiente hipótesis: lo que viene no será más de lo mismo; será más de lo peor de lo mismo. Hegemonía. Más soberbia. Más prepotencia. Más intolerancia. Más acumulación de poder con mucha caja para convencer a los dubitativos.
Publicado en La Nación