No hay casi nada que haga Cristina Fernández que no sea de prepo.

La vicepresidenta no sabe cómo sacarse de encima las causas que la atormentan. Entonces quiere eliminar a todos y a todo lo que va en contra de la dirección de su obsesivo deseo:

· Ataca al procurador Eduardo Casal, una persona recta, a quien ya no sabe de qué acusar para voltearlo.

· Pone patas para arriba a las oficinas públicas que antes eran querellantes. Es más: a sus responsables, Cristina, ya los colocó al borde del delito. Hablamos de la Oficina Anticorrupción, la AFIP, la AFI y la UIF, entre las más importantes.

· Dispara a granel contra todos los fiscales y jueces de Comodoro Py y los camaristas de segunda instancia, como si haciéndolos desaparecer también desapareciera la decena de causas de corrupción en las que está incriminada.

· Y, como si esto fuera poco, su mayordomo político, Oscar Parrilli quiere que el periodismo abandone todo contacto con funcionarios judiciales y magistrados. Quizá la vice cree que así podrá controlar a unos y otros, y al mismo tiempo logrará evitar la publicación de toda información judicial. O mejor todavía: podrá imponer las noticias que al oficialismo más le convengan.

La prepotencia de Cristinia y sus mastines, incluido el violento Rodolfo Tailhade, bordea el delirio.

Pero no son locos: hay que detenerlos con la Constitución y la ley en la mano.

Con buena información, para desmontar todas las operaciones sucias.

Y con los votos también.