Horacio Rodríguez Larreta se acaba de recibir de "nuevo equilibrista de la Argentina". A su antecesor, Alberto Fernández, la presión de su vice, Cristina Fernández, lo terminó por hacer trastabillar. Ahora el Presidente es un albertista sin partido, o a un cristinista obligado por las circunstancias. En todo caso, su papel se está empezando a diluir entre la cuarentena eterna y las obsesiones de Cristina Fernández.

Rodríguez Larreta tiene una ventaja sobre el jefe de Estado. No tiene que actuar de moderado o poco conflictivo: lo es. También tiene la capacidad de ofrecer a sus aliados, los espacios o el lugar que los hacen sentir más o menos cómodos. De manera extraña, la foto de ayer junto a Alberto, no lo afecta, sino que lo ayuda. En cambio, al Presidente, le genera más problemas internos que beneficios en su imagen. Ahora Horacio Rodríguez Larreta tiene un nuevo desafío: que las nuevas extensiones de la cuarentena no terminen traspasando el malhumor y el hartazgo de los votantes de Juntos por el Cambio y otros ciudadanos a su propia figura. El alcalde de la Ciudad tiene poco para ofrecer para la nueva fase que viene: solo más apertura para los deportes que no son colectivos y algún incentivo económico para evitar que las pymes y los comercios sigan cerrando, como viene sucediendo hasta ahora. No responder a las agresiones, no romper la armonía con el jefe de Estado y con el gobernador Axel Kicillof, hasta ahora, le viene funcionando. Pero no se debería enamorar de esa estrategia: la caída de la imagen de Fernández es una parte del espejo en donde se debería empezar a mirar.

La columna de Luis Majul en CNN  Radio