A una semana de su histórico triunfo, la Presidenta no para de recibir opiniones de sus ministros y secretarios de Estado sobre las causas de la presión sobre el dólar. Unos, liderados por Guillermo Moreno y Ricardo Echegaray, suponen que se trata de una conspiración de los bancos, “las corporaciones” y los “grupos dominantes”. Una suerte de vendetta de lo más granado del capitalismo vernáculo después de la paliza electoral más contundente de la historia reciente. Otros, como Amado Boudou y el secretario de Hacienda, Juan Carlos Pezoa, interpretarían que se trata solo de algo sencillo y lógico, que se venía venir.  El tipo de cambio está muy atrasado con respecto a la inflación real. El dólar es uno de los bienes más baratos para quienes buscan refugio ante una posible devaluación. El mercado minorista hizo su diagnóstico antes de las primarias. La “fuga de capitales”, que podría superar los 20 mil millones de dólares cuando termine 2011, no haría más que expresar ese estado de “ánimo” irreversible. Un comportamiento defensivo de una buena parte de la sociedad. Un reaseguro también para quienes, en agosto y el pasado 23 de octubre, votaron a Cristina Fernández de Kirchner porque asumieron su candidatura como una garantía de que la economía, en términos generales, no se iba a descontrolar.

 

La situación no es exactamente igual a la de 2008, la de la crisis de las hipotecas. En ese momento el presidente del Banco Central era Martín Redrado, alguien que primero tomaba las decisiones y después explicaba a Néstor Kirchner y la jefa  de Estado por qué las había tomado. Por aquel entonces Redrado, contra la opinión del ex presidente, tomó cientos de millones de dólares de reservas y los usó para notificar al mercado cambiario que no dejaría subir el precio del dólar más allá de un número determinado.  Un viernes Redrado “quemó” 500 millones de dólares en unas horas. Kirchner estaba en Olivos y lo mandó a llamar con urgencia. Lo recibió de pie, en calzas negras, pantalones de fútbol y la camiseta de Racing. Le preguntó por qué había hecho semejante locura. Lo reprendió por haber gastado demasiado dinero y determinado la baja del nivel de reservas. Solo se tranquilizó cuando Redrado le hizo comprender que si “dejaban subir el tipo de cambio” en esas circunstancias, no tardaría mucho en producirse una corrida de consecuencias económicas y políticas imprevisibles.  “Si lo dejamos ir ahora, nadie podría garantizar que la semana que viene lo vayamos buscar a 6 pesos. Y un dólar a 6 pesos nos lleva puesto a todos. A mi seguro, pero al gobierno también”, le explicó el responsable de la autoridad monetaria. Es posible que el fantasma de aquellos días todavía influya en la Presidenta a la hora de tomar decisiones. Hay quienes sugieren, a su alrededor, que lo mejor sería permitir que el dólar llegara a los 4.50 pesos para aplacar las dudas, el nerviosismo y la ansiedad del mercado minorista. Ellos suponen que así la presión disminuirá y se gastarán menos reservas, hasta que las liquidaciones las exportaciones del campo vuelvan a incrementarlas a partir de marzo del año que viene.  Pero los que abonan la teoría conspirativa no están tan convencidos. Creen en la política de acción y reacción. En golpear la mesa para que todo el mundo reciba “las señales”.

 

La decisión de obligar a las petroleras y las mineras a liquidar sus divisas en el país persigue ese objetivo. Fue una excepción que convalidó Eduardo Duhalde y ratificó Néstor Kirchner en su momento, con la excusa de la emergencia económica. Se trata de una decisión justa, pero insuficiente. Algo parecido podría decirse de las nuevas exigencias para comprar dólares. Todo el mundo duda de la verdadera capacidad de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) para confirmar, on line, si el contribuyente puede o no comprar dólares de acuerdo a su situación patrimonial. Tampoco está claro si tiene el poder de policía para discernir el por qué de la adquisición. Si, por ejemplo, el comprador coloca en el formulario “para ahorrar” y no para adquirir un inmueble, ¿podrá determinar la AFIP si se  trata de una inconsistencia o no? En el verano de 2010, cuando se supo que Kirchner había adquirido dos millones de dólares, el aparato hegemónico de información oficial y paraoficial se encargó de hacer públicas listas de decenas de compradores conocidos o famosos, para amortiguar el efecto mediático de la acción del ex presidente. El propio Kirchner llamó al relator Víctor Hugo Morales para explicarle que los había comprado “de buena fe” y no con un afán de especulación. Morales no se tomó el trabajo de chequear la información, pero tiempo después Redrado me dijo que el ex presidente lo había presionado para que dejara subir el precio de la moneda norteamericana justo en la época en que lo había comprado barato, a pesar de que tenía dólares guardados para concretar la compra de las acciones de Hotesur, la empresa que maneja uno de los dos hoteles que la familia explota en El Calafate.

 

La incómoda presión sobre el dólar intentará ser combatida, una vez más, con la política que mejores resultados genera al gobierno: la del relato de los buenos y los malos. A partir de este momento, la corpo mediática oficial y paraoficial dirá que los poderes concentrados, los dueños del capital financiero y sus socios, los medios de comunicación y periodistas que no terminan de aceptar la voz de las urnas, están haciendo todo lo posible para alentar una nueva acción destituyente. Ocultará, como lo vienen haciendo desde 2007, que el problema de fondo es la inflación, la falta de inversión y el festival de subsidios a la clase media y clase media alta que le permite al dueño de una mansión en Pilar calefaccionar su piscina por menos de lo que cuesta una garrafa social.   

 

Y lo que es más triste: es muy probable que consiga imponer por un buen tiempo ese discurso básico y maniqueísta.

 

Publicado en El Cronista