Fue una manifestación masiva y contundente. Claro que no implicó a todos los argentinos, pero se hizo oír como si representara bastante más que al 41 por ciento que no votaron al Frente de Todos. De nuevo: pareció algo más que una “intensa minoría”. Se puede discutir cuál fue el principal reclamo. Y si el hartazgo por la cuarentena interminable lo terminó de empujar y hacer más relevante.
Sobre lo que no hay duda es que la mayoría de la sociedad no quiere reforma judicial, no desea la ampliación de la Corte y se niega a otorgar a la vicepresidenta la patente de corso de la impunidad. Si mañana Alberto Fernández se despertara, desayunara y anunciara que retira el proyecto, tal como lo hizo con el intento de expropiación de Vicentín, sería reconocido por la mitad o más de mitad del país que considera a Cristina Fernández una dirigente que pertenece al pasado. El Presidente debería empezar a evaluar si puede empezar a romper, en términos políticos, con la compañera que lo ungió, y al mismo tiempo, lo está hundiendo todos los días, un poquito más. Si el desempeño del gobierno se analizara con el ritmo de la curva del desencanto, Fernández debería estar muy preocupado: la aceleración de la caída de su imagen positiva, a pesar de algunas encuestas que lo indicarían así, parece muy lejos de haberse detenido. Y todavía le quedan tres años y pico de gestión, una crisis económica sin precedentes y una sociedad movilizada que ya le hizo saber varias veces que no se va a quedar callada ni de brazos cruzados.
Columna de Luis Majul en CNN Radio