Los impulsores del impuesto a los más ricos deberían mirarse al espejo. Porque no solo presentan a la riqueza bien habida como si fuera un delito consumado. También ocultan su propia riqueza y disimulan sus cuestionables prácticas, lo que los hace doblemente hipócritas, para no utilizar un adjetivo más agresivo. Detengámonos un momento en la vicepresidenta.
Pretende cobrar tres cheques del Estado al mismo tiempo: el correspondiente a su cargo, el de ex presidenta y la pensión como viuda del presidente Néstor Kirchner. Pero, como si esto fuera poco, acaba de comunicar a un juez que a partir de este momento dejará de pagar ganancias sobre cada uno de esos ingresos, porque Ella no se siente menos que ningún magistrado de la Nación. Su hijo Máximo, al que se esfuerzan ahora en presentar como un dirigente de consenso, estaría haciendo todo lo posible para evitar el pago del impuesto a la riqueza que él mismo impulsa, y quiere que la intervención judicial se haga cargo de los gastos de su casa en Río Gallegos, que acaba de ser invadida por intrusos, como un efecto no deseado de la toma de tierras y propiedades que se están produciendo en todo el país.
¿Y qué decir de Carlos Heller, responsable de un banco “cooperativo” que cobra a sus clientes una tasa de interés cuyo promedio es superior a la del mercado? Se podría deducir, por lo menos, que es una contradicción caminando. Pero antes que eso, hay que admitir que, como hombre del Partido Comunista, se kirchnerizó más rápido que los chicos grandes de La Cámpora. Su banco ayuda y mucho a los amigos y a quienes lo entrevistan. A quienes lo cuestionan, los persigue, los discrimina o los castiga. Un haz lo que yo digo pero no lo que yo hago, multiplicado a la enésima potencia. Ahí los tenés.
Columna de Luis Majul en CNN radio