Hace un tiempo, el humorista Diego Capusotto contribuyó a enriquecer el debate sobre la ideología de este gobierno con la siguiente definición: “El kirchnerismo es menemismo con derechos humanos”. Y una semana antes de las elecciones, el diputado nacional por la Coalición Cívica, Alfonso Prat Gay incorporó un par de datos para demostrar que la gestión de Carlos Menem, no es, en el fondo, tan distinta a la de Cristina Fernández de Kirchner. Palabra más, palabra menos, Prat Gay comparó el uno a uno de los años noventa con la rigidez del tipo de cambio actual y advirtió que ésta administración, igual que la del ex presidente riojano, hizo desaparecer el superávit fiscal, va camino a hacer desaparecer el superávit comercial y tiene menos reservas y más inflación, aunque la esconde debajo de la alfombra. Antes de la contundente victoria de la presidenta, Prat Gay había hecho otra interesante comparación entre Menem y Cristina Fernández. Explicó que así como Menem, en 1995, había ganado con casi el 50 por ciento de los votos, porque la sociedad percibía que las cosas andaban bien a pesar de la Ferrari, los hechos de corrupción y los desajustes que ya sufría la economía, el 23 de octubre Cristina arrasaría, porque la mayoría de la gente no tiene por qué darse cuenta de los graves problemas que se incuban detrás del boom del consumo. “Después dirán que nadie la votó”, explicó, como millones de argentinos señalaron meses después del triunfo de Menem.
La diferencia entre Menem y la actual jefa de Estado, en todo caso, es que el riojano trasladó la bomba de tiempo a Fernando de la Rúa, y Ella esperó, para empezar a desactivarla, hasta después de las elecciones del 23 de octubre pasado, pero antes de su próxima asunción del 10 de diciembre. Sin embargo, si uno presta atención a las mediciones más confiables, se dará cuenta que los dos problemas estructurales de la Argentina, la pobreza y la inflación, siguen de mal en peor. La pobreza permanece en los niveles de 2007. Y la inflación no parece que vaya a ceder. Al contrario: su persistente acumulación generó una corrida cambiaria que solo se detuvo con la virtual prohibición de comprar dólares a las empresas y a los minoristas también. La fiebre por el dólar fue bajada, por ahora, a los “morenazos” y también gracias al anuncio de la quita de subsidios para casinos, mineras y grandes empresas que primero anticiparon Amado Boudou y Julio De Vido. Lo que está haciendo ahora el gobierno, es lisa y llanamente, lo que en todo el planeta se denomina ajuste. De manera precipitada, urgente y desprolija, por orden de una presidenta que pretende, con inteligencia, aprovechar todo el capital político de su triunfo para que la movida quede en la historia como un intento de hacer pagar a los que más tienen los desequilibrios de la economía. ¿Es una decisión correcta? Claro. ¿No la debería haber tomado antes, mientras el gobierno se distraía en la pelea contra el campo y contra Clarín?. Por supuesto que sí.
Ya en 2005 el entonces ministro de Economía, Roberto Lavagna le había propuesto al presidente Néstor Kirchner que subiera las tarifas de manera paulatina y que al mismo tiempo disminuyera los subsidios al transporte y la energía. Lavagna pretendía, con parte de esos ingresos, acumular un fondo anticíclico para ser usado cuando el precio de la soja bajara o para enfrentar una crisis internacional como la que ahora tiene su epicentro en Europa. El quite de los subsidios ¿afectará solo a los sectores pudientes, generará más inflación y hará crecer menos la economía? En el único punto en que la mayoría de los economistas se ponen de acuerdo es que el aumento de tarifas de agua, luz y gas impactará en más del 70 por ciento de la población total. Sobre si ese incremento hará que aumente el costo de vida todavía no hay una posición unívoca. Javier González Fraga, por ejemplo, cree que no debería suceder. Entiende que, a lo sumo, ese gasto extra hará que se detenga la rueda creciente de la puja distributiva y pondrá un freno a los aumentos salariales. Piensa, además, que lo que se enfriará un poco será el consumo y no la economía en general. Que no importará que se crezca menos si lo que bajan son los precios al mismo tiempo que aumenta la inversión de las empresas vinculadas al sistema de subsidios. Consultores como Orlando Ferreres afirman, en cambio, que ya se está creciendo menos, como consecuencia de la desaceleración de Brasil y la crisis europea. En todo caso, como se ve, el gobierno, todavía parece tener margen para “dibujar” las estadísticas de inflación, de pobreza y también de crecimiento de la economía. Si el relato oficial prevalecerá o si un buen día la economía se ajustará a la realidad de golpe y con graves consecuencias es algo que no podría vaticinar, ahora mismo, ni siquiera el personaje más psicodélico de Peter Capusotto y sus videos.
Publicado en El Cronista