El voto emoción llegó para quedarse. Definido por el sociólogo Eduardo Fidanza, uno de los responsables de Poliarquía, como un instrumento infalible a la hora de obtener consenso y apoyo, viene siendo utilizado con éxito por la Presidenta desde la misma semana en que Néstor Kirchner murió y ella empezó a mencionarlo con el pronombre "El", como si fuera el mismísimo Dios.
Es innegable que mucho antes de la desaparición del ex presidente el Gobierno venía desandando el camino de rechazo social que se había ganado luego de su pelea con los productores del campo. La decisión de implantar la asignación por hijo y el aliento para lograr la aprobación de la ley de matrimonio igualitario, por citar sólo dos ejemplos, ya lo habían ayudado a reconciliarse con unos cuantos millones de argentinos que en junio de 2009 habían votado en contra del proyecto oficial. Sin embargo, nada fue tan determinante para disparar la intención de voto de Cristina Fernández como la puesta en escena que se montó durante los funerales de Kirchner, el breve discurso que dio a través de la cadena nacional tres días después de la pérdida y los centenares de apariciones públicas subsiguientes en las que Ella mezcló, en dosis perfectas, el recuerdo de su compañero con la presentación exagerada de los datos positivos de la economía.
No es ocioso recordarlo. Pasó, de octubre a noviembre de 2010, de una intención de voto a presidenta del 12% a otra del 32%. Nada menos que 20 puntos en menos de treinta días. De a poco se están conociendo algunos datos que prueban la fuerte incidencia de los asesores en comunicación sobre la conducta de la jefa del Estado. ¿Será cierto, como escribió Jorge Lanata, que durante los funerales de Kirchner Cristina abrazó dos veces a Marcelo Tinelli, una en privado y otra en público, para la televisión oficial? ¿Será verdad que muchos de los jóvenes que fueron a despedir al ex presidente pasaron dos veces por el mismo lugar y que eso generó la sensación de que la despedida pareció mucho más impresionante de lo que en realidad fue?
No se trata de negar la capacidad de Cristina Fernández para competir o para gobernar. Tampoco de ocultar la incapacidad de los dirigentes de la oposición. Ni de ignorar el profundo dolor que debió haber sentido al perder, de manera repentina, mientras compartían la cama matrimonial, al compañero de toda su vida. Tampoco de minimizar la reacción masiva que provocó la desaparición física de Kirchner. Se trata de analizar, con racionalidad y sentido común, un fenómeno en la comunicación oficial que cada vez parece más evidente y más efectivo. ¿Cristina está actuando o lo que afirma con semejante afectación lo dice, además, con absoluta espontaneidad? ¿Hay personas que la alientan a que insista en las alusiones a su vida personal en medio de la disputa con el secretario general de la CGT y los sindicatos aeronáuticos o se trata de una decisión íntima, no premeditada ni ensayada, cuyos resultados son inmejorables?
He escuchado, la semana pasada, a dos comunicadores renunciar al análisis racional de las acciones de gobierno para reconocer, con la voz entrecortada, que las palabras y los gestos de Cristina Fernández los habían emocionado como nunca antes les había sucedido en toda su vida. Uno trabaja en una radio FM. Es simpático y ácido con casi todos. Sin embargo, confesó que se había quebrado cuando la Presidenta recordó que tuvo que seguir trabajando por la Argentina en el peor momento de su vida, cuando tanto Ella como sus hijos estaban "hechos pelota" por la muerte de Kirchner. Otro acaba de publicar un libro y conduce un programa en la TV Pública. Es respetado y sabe que dos más dos es siempre cuatro. A pesar de eso, abandonó todo cálculo para afirmar, muy conmovido, que haber presenciado la entrega de netbooks en una escuela de Jujuy le hizo sentir que algo muy profundo está cambiando en la Argentina, como si se estuviera planteando una revolución de signo inverso a los desastres que hizo el gobierno de Carlos Menem.
Cito estos dos casos para demostrar hasta dónde penetra el voto emoción y por qué lo sigo considerando un método infalible para neutralizar la crítica racional y desapasionada. Cuando prevalece la emoción, también predominan las opiniones de una sola vuelta, que son la materia prima del pensamiento único. Así, por ejemplo, Néstor Kirchner pasa a ser un mito indiscutible, un superhéroe que entregó su vida por defender los mismos principios con los que soñó durante los años 70, y no hay nada más que hablar. Porque nadie quiere escuchar, por ejemplo, la idea sencilla de que fue un peronista clásico que ejerció el poder sin culpa mientras su patrimonio personal crecía al compás de los excelentes negocios que les facilitó a sus amigos. Y con Ella pasa lo mismo. Cristina, por las mismas razones contaminadas por la emoción, pasa de ser una buena presidenta, con autoridad, a una mujer infalible, a la altura mítica de Eva Perón. Y no hay manera de hacer entender a sus seguidores que Ella acaba de tomar decisiones "de derecha", como quitarle la personería a un sindicato, negar la posibilidad a los trabajadores de participar en las ganancias de las empresas o estar en contra de la despenalización del aborto.
El voto emoción sirve también para imponer medidas impopulares, revistiéndolas de una épica que no tienen. El peligro es que, por su propia naturaleza, suele ser muy volátil. Y así como sirve para aumentar, en muy poco tiempo, la imagen positiva del líder que enamora, se puede diluir, si, por ejemplo, la clase media empieza a sentir el ajuste en su propio bolsillo. En marzo o abril próximos, cuando el quite de los subsidios alcance a entre el 70 y el 80% del total de la población y los aumentos en las expensas, la medicina prepaga y el transporte público impacten con fuerza en los argentinos que hoy ganan hasta 15.000 pesos, muchos de los gestos y las palabras de la jefa del Estado quizás empiecen a ser valorados de manera diferente. Y muchos de aquellos que la idolatran ahora la empezarán a percibir como la veían entre marzo de 2008 y fines de 2009. Como una maestra de Siruela que se la pasa echando la culpa a todos los demás.
Publicado en La Nación