El mundillo político espera los anuncios del nuevo gabinete de Cristina Fernández con la misma expectativa que los amantes de la tecnología aguardaban la presentación de un nuevo producto Apple por parte de Steve Jobs. Sin embargo, si se mira con detenimiento la lógica histórica con la que El y Ella tomaron las decisiones políticas más importantes, mientras gobernaron la provincia de Santa Cruz primero y la República Argentina después se comprenderá que, a la hora de designar a los principales ministros, lo que privilegiaron, por encima de todo, fue la lealtad incondicional, y no la capacidad de los funcionarios.



Las dos únicas excepciones fueron los ministros de Economía Roberto Lavagna, en mayo de 2003, porque la emergencia económica lo exigía, y Martín Lousteau, en diciembre de 2007, porque Miguel Peirano renunció, de manera sorpresiva, cuando la Presidenta electa le dijo que al Instituto de Estadísticas y Censos (INDEC) lo iba a manejar directamente Ella. Es decir: el inefable Guillermo Moreno. Lousteau creyó que, con el tiempo, iba a poder normalizar los índices mentirosos de inflación, neutralizar a Moreno y así empezar a solucionar el gran problema de la economía nacional: el verdadero aumento del costo de vida. Pero a cambio le pidieron que consiguiera dinero para poder seguir utilizando la caja y así nació la 125, uno de los errores políticos más graves de toda la era kirchnerista. La quita de subsidios a la luz, el agua, el gas y el transporte tienen la misma lógica: recuperar dinero de la gran caja, durante un año en que el crecimiento de la economía será menor que a lo largo de 2010 y 2011. Los fundamentalistas del antikirchnerismo preanuncian tiempos muy difíciles, pero la verdad es que nada parece indicar que la Argentina pueda entrar en una crisis recesiva con alta inflación, y que todavía las variables de la economía son manejables, y los pronósticos alentadores, si Cristina Fernández aplica la sintonía fina que anunció hace muy poco.



El problema no es tanto la realidad, sino la fantasía del discurso oficial, y el relato caprichoso que se quiere hacer sobre los asuntos más sencillos
. Empecemos por el principio. Néstor Kirchner nunca autorizó un aumento masivo de tarifas porque temía, y con razón, perder millones de votos de la clase media. De hecho, el gobierno empezó a recuperar los votos que había perdido en junio 2009 después de su pelea con el campo con la implementación de políticas activas como la asignación por hijo y la bendición de los acuerdos paritarios, porque no solo activaron el consumo en los que menos tienen sino también de las capas medias y media alta.



“Las políticas activas como la inclusión de nuevos jubilados y la asignación universal aportan millones de votos, y los ajustes de impuestos y de tarifas hacen todo lo contrario”, me dijo un alto funcionario del gobierno de Mauricio Macrii después de leer el trabajo de una encuestadora que vinculó las dos variables. El funcionario explica que hay muy pocas maneras de evitar que un votante no castigue a un gobierno dispuesto u obligado a incrementar los impuestos o las tarifas. “La única forma es que ese gobierno le haga creer a la gente que la culpa del ajuste la tienen otros. Pero eso es tan difícil como evitar que el mismo gobierno consiga votos cada vez que anuncia un aumento en el salario mínimo o en la jubilación”, agrega. Esta operación voluntarista es la que intenta impulsar Cristina Fernández junto con sus ministros Amado Boudou y Julio De Vido. Y no es tan diferente al discurso estructural que usó Kirchner primero en la provincia donde nació y después en el país.



El primer paso de ese discurso fue, siempre, la utilización de la emergencia como excusa para gobernar con superpoderes, la suma del poder público y sin ningún tipo de control. Ni parlamentario ni judicial. El segundo paso fue adjudicarse, como si fuera Papá Noel, todas las cosas buenas que el gobierno fue capaz de impulsar para el bienestar de los gobernados. Desde la rotonda de Río Gallegos hasta la distribución de netbooks para los alumnos de las escuelas públicas que lo necesitan. Y el tercer paso es anunciar las buenas noticias una y otra vez, de manera inflada y exagerada, en tiempos preelectorales y de los otros también, para que a nadie le quede duda de que este es el mejor gobierno de la historia, incluidos los de Juan Domingo Perón.



Por eso, aunque el quite de los subsidios y el techo del 18 por ciento a las negociaciones paritarias son medidas de ajuste acertadas, pero antipáticas, Cristina Fernández y sus incondicionales necesitan ponerles otros nombres, y acusar a Clarín y La Nación, los conocidos de siempre, de presentarlas de manera demoníaca. Estos fuegos artificiales pueden resultar hasta divertidos si no fuera porque Europa, los Estados Unidos y ahora Brasil esperan un fuerte cimbronazo en sus economías. En el gobierno argentino, hoy mismo, solo de discute cuál será la magnitud del impacto. De lo que ya nadie duda es que la recesión global va a afectar, de alguna manera, a la República Argentina. Para manejar este tipo de crisis, hace falta un poco más que las amenazas de Moreno o los controles compulsivos para evitar la compra de dólares de Ricardo Echegaray. Se necesita una visión estratégica que éste gobierno no tiene. Y que no se consigue ni con la creación de un Instituto de Revisión Histórica ni con la saturación de propaganda oficial en el entretiempo del Fútbol para Todos.

 

Publicado en El Cronista