No hay una conspiración para alentar la fuga de argentinos al exterior. Lo que hay es una sensación generalizada de desesperanza y falta de horizonte. No es, como sostiene el canciller Felipe Solá, un grupo chico de ricos quienes fantasean con la idea. Son millones de argentinos, más allá de que unos pocos, sí, lo puedan lograr. No es solo el impuesto a los grandes patrimonios y la creciente presión impositiva que alcanza, incluso, a quienes están al borde de la línea de la pobreza.
Es, en especial, la falta de empatía de la clase dirigente, empezando por quienes hacen la política, quienes, al contrario de sus colegas de la mayoría de los países de América Latina, se negaron a donar parte de sus ingresos para un fondo COVID. No es solo la pandemia. Es la cuarentena rígida que empezó con triunfalismo y está haciendo estragos en la población. En los niños y adolescentes que rompieron el vínculo con la escuela. En quienes perdieron el trabajo y perciben que no lo van a recuperar tan fácilmente. Entre quienes ya debieron hacerse el chequeo médico correspondiente y no lo hicieron, y deben estar padeciendo ahora mismo sus consecuencias. Y como si esto fuera poco, el peso sigue en caída libre, mientras los expertos discuten si se devaluará entre un 30 o un 40 por ciento más para antes de las fiestas, o sobrevendrá una maxidevaluación que nos vuelva a dejar a todos patas para arriba y más pobres todavía, sí aún esto fuera posible.
Y todo esto, con el telón de fondo de Cristina Fernández presionando al presidente, al gobierno, y al resto del país para imponer su agenda personalísima, caprichosa, tóxica e irracional. Pero nosotros no nos vamos a ir. Nos vamos a quedar. Tenemos un incentivo: hacer todo lo posible, aunque sea muy poquito, para impedir que sigan destruyendo a nuestro querido país.
Columna de Luis Majul en CNN Radio