Para explicar el pacto que hizo con la vicepresidenta, Alberto Fernández acuñó el siguiente razonamiento: “Con Cristina sola no se puede (ganar) pero sin Cristina tampoco”. Después, vino la jugada electoral perfecta: el anuncio de la expresidenta y la unción de Alberto como presidente. Entonces volvieron. Y ahora se sabe que volvieron peores.
El entonces candidato, para convencer a los periodistas que descreíamos de la metamorfosis positiva de Cristina, repetía: “ella cambió. Todos cambiamos. Todos aprendimos de nuestros errores”. Gobernadores e intendentes peronistas, acompañaban el razonamiento. “Cristina está concentrada en la salud de Florencia. Está casi retirada. No creo que vuelva a hacer política con la misma intensidad de siempre”. Pero nada de esto sucedió.
Mas bien, todo lo contrario. Cristina está. Es omnipresente. Sus dichos, sus silencios y los dichos y los silencios de sus seguidores condicionan e intoxican al gobierno. Condicionan es intoxican al país. Es muy grave el dato de que, por primera vez en 35 años, la brecha entre el dólar oficial y el blue haya superado el 100 por ciento. Pero tiene una explicación política, más que económica o financiera. Es la confianza. O mejor dicho: la desconfianza sobre el rumbo del gobierno. La sospecha de que Cristina no le va a permitir al presidente plantear una política económica de sentido común y a largo plazo. El día de ayer fue un gran ejemplo, mientras el dólar tocaba los 158 pesos, Cristina imponía la aprobación de los pliegos de 28 jueces, muchos de los cuales son militantes del cristinismo. Al mismo tiempo, el presidente lloraba en la presentación de un libro sobre Néstor Kirchner. Afuera, el país real se volvía a desangrar un poco más. Después de nueve meses de gobierno, el aforismo de Alberto se le debería agregar: “Con Cristina en el gobierno, no se puede”. En efecto, con Cristina en el gobierno, no se puede gobernar con normalidad.
Columna de Luis Majul en CNN Radio