Ayer, mientras se terminaban de apagar los ecos de la marcha más contundente contra el nuevo gobierno desde que asumió, el expresidente hizo, ante Joaquín Morales Solá, algo muy audaz y casi prohibido en la política argentina: una fuerte autocrítica.

“Generé una expectativa y no estuve a la altura”, admitió. Pero no se quedó ahí. Fue un poco más específico. "El Estado estaba quebrado. Yo tuve un dilema: decirles esta realidad crudamente a los argentinos o apostar al brote de esperanza y entusiasmo que había nacido. Opté por la segunda y, con el diario del lunes, creo que me equivoqué", reconoció.

También admitió que fue un error delegar la negociación política con la oposición, en peronistas como Emilio Monzó y Rogelio Frigerio. Sin embargo, lo primero que dijo me pareció más relevante. Porque esa mala decisión condicionó toda su gestión. Más allá de que decenas de periodistas lo escribimos y lo advertimos. Entonces Macri no pudo, no quiso, o no supo escuchar. Y esa falla de nacimiento, ese pecado original, tuvo graves consecuencias. Primero, porque ocultó una verdad muy pesada: que el Estado, en efecto, estaba quebrado. Y segundo: porque le quitó tiempo y argumentos para hacer lo que, al final, lo empujó hacia la derrota: un ajuste en la economía que incluyó un fuerte aumento de tarifas que terminó enojando a sus propios votantes. Porque si la crisis no era tan grave ¿Para qué someter a la clase media a semejante presión, en tan poco tiempo? El ex mandatario, además de autocrítico, fue lapidario para definir a Cristina Fernández. “Tiene secuestrado al peronismo desde hace 10 años”, la acusó. Y la comparó con el peor Diego Maradona: el irracional. También dejó un mensaje para la propia tropa. Para describir cuándo y cómo Cambiemos, se empezó a quebrar y a colocarse a la defensiva, puso como suceso simbólico la reforma previsional que el oficialismo terminó aprobando en diciembre de 2017. Al hacerlo, también reconoció, de manera implícita, que no tuvo el coraje ni la templanza como para aguantar la embestida. Y que, en ese sentido, los argentinos que salieron a la calle, fueron mejores que los dirigentes que integran la oposición. Ahora que está fuera del poder, el expresidente habla más claro y no oculta nada. Dice que es muy pesimista sobre lo que vaya a suceder los próximos meses, pero muy optimista en un futuro menos cercano. Quizá esté pensando en el año 2023.

Columna de Luis Majul en CNN Radio