Ayer, en mi comentario editorial, en Mirá, el programa que hacemos de lunes a jueves para La Nación +, después de leer por tercera vez la carta de Cristina Fernández, concluí que a la vicepresidenta le hacía falta un buen psicoanalista. No fue una chicana. Lo pienso de verdad. Y no solo porque ella reconoció, al comienzo del texto, lo mal que se lleva con el psicoanálisis y su evidente tendencia a la negación.
También porque, al mismo tiempo, los argumentos que usó para llamar al diálogo le hacen un enorme daño al gobierno, al presidente, a la dirigencia política en general y también al país. Un buen analista, después de leer el texto, me dijo: “Es un caso de manual. Porque no miente: se cree sus propias mentiras”.
Ayer, la vicepresidenta, hizo tres cosas muy graves. La primera: despegarse oficialmente del gobierno. La segunda: llamar formalmente al diálogo a la oposición, a los empresarios y a los medios, al mismo tiempo que los volvía a criticar y los hacía responsables de la crisis. Y la tercera: expresar su renovado resentimiento con los dirigentes del Frente de Todos que la criticaron, la denunciaron y escribieron libros contra ella: Alberto Fernández, Sergio Massa, Vilma Ibarra y Matías Kulfas. Cristina necesitaría un buen psicoanalista. Porque tiene su resentimiento a flor de piel, y no lo termina de procesar. El problema de la Argentina es que hay una buena una parte de sus habitantes que todavía le creen, y que, parecen dispuestos a la realidad, igual que ella.
Columna de Luis Majul en CNN Radio