Ahora que Cristina Fernández hace una pausa para asimilar el impacto de la inesperada muerte de uno de los amigos de su hijo Máximo, y que la mayoría de los argentinos tiene la cabeza puesta en las próximas Fiestas, es necesario analizar por qué el Gobierno eligió este momento para atacar, bien a fondo, y de una sola vez, a quienes considera sus máximos enemigos.



La primera razón es obvia: la jefa del Estado vive un instante político brillante y probablemente irrepetible. Con el 54% de los votos, una imagen positiva de más del 70%, un Parlamento que trabaja como la escribanía de la Casa Rosada y un sistema judicial que dejó de funcionar como el contrapeso mínimo e indispensable para evitar los abusos y la prepotencia oficiales, es posible que Ella no tenga otra oportunidad mejor para imponer las leyes que necesita y al mismo tiempo pulverizar a quienes hoy o mañana puedan amenazar su hegemonía en el ejercicio del poder.



La segunda razón es, también, de oportunidad. A punto de brindar por la Nochebuena, el año que se va y el año que llega, no hay demasiados argentinos dispuestos a escuchar, por ejemplo, la engorrosa idea de que la ley de regulación de Papel Prensa es, en el fondo, un instrumento del Gobierno para condicionar a los medios y periodistas críticos y profundizar el discurso único. O, para decirlo de otra manera: una ofensiva para atacar la libertad de expresión y limitar el pensamiento libre. Por eso mismo, la administración se apura y quiere transformarla en ley casi sin debate, entre las burbujas de los brindis y la arena de la playa de este verano anticipado.



La tercera razón es una respuesta imprescindible para quienes todavía se preguntan por qué Cristina Fernández "se arriesga a poner en juego todo su capital político" al pelearse, al mismo tiempo, con el Grupo Clarín; con el jefe de la CGT, Hugo Moyano, y con el gobernador Daniel Scioli. Se trata de la misma estrategia que en su momento eligieron "los soldados" de la Presidenta para enfrentar a la oposición política. Ellos ya saben que es mejor colocar a "todos los enemigos" en "una misma bolsa" y en el "mismo espacio de tiempo" que lidiar con uno a la vez y en distintas etapas, cuando no siempre el escenario "de combate" pueda resultar tan favorable como ahora.



Néstor Kirchner solía dibujar figuras geométricas en un papel para hacerles comprender a sus aliados con qué lógica elegía y combatía a sus "enemigos políticos". Si el ex presidente viviera, estoy seguro de que pondría de un lado a Cristina Fernández y sus aliados "progresistas" y "con buena prensa", y del otro lado escribiría una larga lista integrada, entre otros, por "la corpo mediática", Moyano, Luis Barrionuevo, Juan José Zanola y José Pedraza, Gerónimo Venegas, Scioli, Eduardo Duhalde, las figuras menos presentables del Peronismo Federal y también Mauricio Macri, antes de que el jefe de gobierno de la ciudad empiece a hilvanar acuerdos con los intendentes radicales mejor vistos y los peronistas que tienen votos en sus respectivos distritos.



Cuando Él y Ella eligieron a Héctor Magnetto como el "líder de la oposición" les "bajaron el precio" de manera automática, y de una sola vez, a todos los periodistas y los políticos que quedaron "del otro lado". Así se ahorraron el trabajo de pulverizar a uno por uno y dejaron que el "imaginario colectivo" los uniera, mientras construían el relato de presentarse como el mejor gobierno de toda la historia de la Argentina.



El último eslabón de la cadena del plan que se podría denominar "Ahora o nunca" es, desde mi punto de vista, el más interesante y engañoso. Porque los ataques personales o interesados vienen "escondidos", "mezclados" o "enmascarados" con iniciativas o proyectos de ley dignos de aprobación o reconocimiento. Es más: a veces, en un mismo proyecto de ley conviven artículos que cualquiera podría apoyar con otros que parecen escritos para tomarse revancha de viejos o nuevos adversarios.



Analicemos, por ejemplo, el nuevo estatuto del peón rural. Está lleno de buenas intenciones. La prohibición del trabajo infantil y el establecimiento de remuneraciones mínimas que no podrán ser inferiores al salario mínimo vital y móvil son sólo dos de ellas. Pero también viene con una pequeña "trampita": le quita a Venegas el control del Renatre -un fondo de 800 millones de pesos anuales- y lo pone en manos del Ministerio de Trabajo. Lo mismo sucede con el paquete de leyes económicas, que se discute todo junto y sin derecho al pataleo. Si se lo estudia con detenimiento, nadie podría estar en contra de la ley de límites a la venta de tierras, el nuevo código penal tributario o con la idea de contar con un presupuesto presentado en tiempo y forma. Pero, entre los pliegues de aquellas iniciativas, aparecen la controvertida ley de emergencia económica, la cuestionada ley antiterrorista, el proyecto para combatir el lavado de dinero y la ley que le permitirá a Guillermo Moreno manejar los cupos para la compra de papel de diario. Es cierto que el oficialismo cuenta con mayoría propia tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado. Pero es más notable todavía la "picardía" con la que el Frente para la Victoria maneja los tiempos del Congreso. Así como la ingenuidad y la torpeza con la que la oposición intenta hacerse oír sin éxito, en medio del vértigo que le imprimen al trámite el Gobierno y los legisladores que responden a la presidenta de la Nación.



La andanada de ataques y de proyectos de ley intenta, al final, fortalecer al Gobierno en general y a la figura de Cristina Fernández en particular, con vistas al año que viene. La Presidenta acaba de decir, en Montevideo, que América latina necesita de sociedades que no estén pensando, a cada momento, en la inminencia de una nueva crisis. Por desgracia, ese tipo de cosas no tiene que ver con el deseo sino con la evolución de la economía real, más allá de la manipulación de las estadísticas oficiales.



Durante 2012 se crecerá menos, aumentarán las tarifas de agua, de luz y de gas, bajará el precio de la soja y los reclamos salariales serán más sostenidos y conflictivos que los de este año. También es probable que la imagen de la jefa del Estado, después de tocar el pico máximo, empiece a bajar, aunque nadie puede pronosticar con seriedad a qué ritmo y hasta dónde. Esta es la apuesta de fondo que explica la hiperactividad del gobierno nacional. La idea, como siempre, es que Ella continúe siendo única y que al resto no le alcance ni para empezar a pensar en transformarse en alternativa.

 

Publicado en La Nación