Alberto Fernández iba a ser el presidente ideal para lograr un contrapeso al estilo y la prepotencia de Cristina Fernández. Sergio Massa funcionaría como un dique de contención frente a los proyectos delirantes de los chicos grandes de la Cámpora. Los gobernadores y los intendentes de la provincia de Buenos Aires, con su poder territorial, serían el apoyo efectivo del presidente, en el medio de la constante interna por los espacios de poder.
Alberto sería el dueño absoluto de la lapicera. Vendría a ponerle punto final a la grieta. Conversaría con todos los periodistas y todos los medios, y no solo los “del palo”. El presidente no fundaría el albertismo pero se comería al cristinismo a través del éxito de la gestión. En suma: iban a volver para ser mejores. Volver, volvieron. Pero a menos de un año del regreso, hasta ellos mismos, cuando hablan sin los grabadores prendidos, reconocen que, hasta ahora, son los protagonistas de la peor versión del peronismo desde 2003 hasta la fecha. Y que, a la vice, nada ni nadie la puede parar.