Me había prometido no escribir durante todo el mes de enero, pero ayer a la mañana sucedió algo que modificó mi decisión. Fue después de abrir la computadora, navegar por las principales noticias y detenerme en los comentarios de algunos lectores sobre la primera información de la mañana: la intervención quirúrgica de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Estoy de vacaciones en Cariló. Aquí consigo "desenchufarme" porque lo único que oigo por la mañana, bien temprano, es el canto de algunos pájaros y los ladridos esporádicos de Pepa, nuestra perra; nada fuera de lo natural, y mucho mejor que los ruidos de la calle y de la vida en la ciudad de Buenos Aires. Debo reconocer, además, que casi nunca leo los comentarios a las notas. Ni los de las ajenas ni los de las propias. En las pocas oportunidades en que lo hice, no encontré nada demasiado interesante o enriquecedor. Sí mucho odio, "militancia" y chiste fácil, todo sin filtro, con una sintaxis pobre, un desconocimiento alarmante de la historia reciente (y de la no tan reciente también) y una ortografía digna de aplazo.
De manera que primero ingresé en LA NACION y me encontré con el cartelito que informaba que, durante la jornada, el artículo sobre la operación de cáncer de tiroides no iba a contener comentarios. Se trata de una medida a la que recurre el diario cada vez que aparecen asuntos "demasiado sensibles". Y es, también, una decisión que tomaron, a conciencia, profesionales como Joaquín Morales Solá y Beatriz Sarlo, entre otros, sobre sus propios artículos. Supongo que lo hicieron debido a que los comentarios, en general, no les parecen serios o dignos de aparecer junto con sus textos. Porque, es bueno recordarlo, muchos de esos comentarios son escritos por personas que no revelan su identidad. Y, casi siempre, los contenidos no cuentan con una mínima elaboración previa. Simplemente se "vomita" lo primero que a una o uno se le ocurre, y al instante aparecen en la pantalla de tu computadora o la mía, casi con la misma categoría e importancia que el escrito del autor.
La operación de Cristina Fernández comenzó antes de las 9. A las 8.32, clarín.com colgó su título principal: "Ya operan a Cristina por el cáncer en la glándula tiroides". Y enseguida se empezaron a leer los comentarios. Uno de los primeros fue el de alguien que se presentó como Horacio Rivara. El señor Rivara ostenta la estrellita de "mejor comentador" y dice que trabaja como "autor de laLuftwaffe en la Argentina". Su "reflexión" apareció debajo de la nota. Por lo tanto, produjo la sensación de "dominar" el escenario virtual del diálogo, "la pelea" o el intercambio con los demás comentaristas. Rivara escribió: "Ojalá que su encuentro próximo con la muerte la ayude a re-evaluar algunas cosas de su vida, como su empeño en dividir a los argentinos y agradir [sic] a periodistas. Además la lleve a devolver los millones que ella y su marido juntaron a su verdadero dueño, el pueblo argentino y de Santa Cruz. Asimismo, sería bueno que pida perdón a los Hermanos Herrera Noble por los sufrimientos que les hizo pasar con el fin de perjudicar a su madre". Aunque parezca mentira, ese pareció ser el "análisis" más prudente de la decena de comentarios aparecidos, junto con el de Haydeé Viglianco, de General Pico, quien, al responder a otros lectores, consideró "irrespetuoso desearle la muerte a cualquier persona". De allí para abajo casi todo fue algo muy parecido a la basura. Por ejemplo, Franco Frigyesi, "comentarista destacado" y "conectado a hotmail", escribió: "Ojalá se muera así deja de robarnos". Y Mar Tincho Schiantarelli, "de Mar del Plata", agregó: "Señor doctor Pedro Saco: .¡¡Haga patria y mandela con su marido!!. ¡¡¡Por una Argentina con real democracia!!!".
Un poco más temprano, un comentarista cuya "identidad" no alcancé a registrar y que fue borrado minutos después, había sentenciado, en una variante actualizada de "Viva el cáncer", el siguiente e indigno deseo: "Dale cáncer, que vos podés". Entre muchas otras "reflexiones", esta última, "dale cáncer, que vos podés", fue la que más me revolvió el estómago. Porque resume todo el odio irracional, brutal, innecesario y, en especial, con altas dosis de violencia explícita que un ser humano puede ejercer contra otro, aunque esa persona se esconda detrás de un nickname y lo manifieste a través de una computadora o un teléfono celular.
Fue un revoltijo parecido al que sentí cuando otro cibernauta enmascarado "reveló", por Twitter, la "muerte" de Jorge Lanata. No demasiado distinto a cuando los ingeniosos creativos de Barcelona llevaron su humor negro a dudosos extremos al titular, en tapa, "Muera Lanata" como una respuesta "audaz" al "Viva Lanata", la impactante portada que la revista Noticias publicó días después de que se revelara que el periodista padecía de una insuficiencia renal y que debía someterse a sesiones de diálisis de por vida, o hasta tanto recibiera un trasplante de riñón.
Comprendo a los seguidores de Cristina Fernández y comparto la indignación que los embarga cuando unos miserables sin nombre la llaman "yegua" a ella o "tuerto" al desaparecido ex presidente Néstor Kirchner. Pero no creo que "la estrategia" de Máximo Kirchner (que consiste en impartir directivas a los chicos de La Cámpora para que ellos y otros cientos salgan a insultar a los periodistas críticos que denuncian o analizan el gobierno de su padre o de su madre) ayude a mejorar el "clima de época", enriquecer el debate y elevar el tono de la discusión política.
Pero ¿cuál será el impacto real de estas oleadas de odio en estado puro? No sé, a ciencia cierta, cómo influirá en los lectores de los diarios y los sitios de Internet. Tampoco me imagino la importancia que le asigna la Presidenta a este tipo de cuestiones. Sé que Jorge quiso pegar en la pared de una de las habitaciones de su casa la tapa de Barcelona y que su esposa, Sara Stewart Brown, le sugirió que no lo hiciera, porque pensaba que era "una humorada" muy difícil de explicar ante Lola, la pequeña hija de ambos.
En mi caso, las agresiones injustificadas generan el efecto contrario que se pretende lograr: en vez de paralizarme, humillarme o neutralizarme, me dan más ganas de seguir escribiendo libros, hacer radio y televisión o redactar artículos como éste. Lo saben mis amigos y mis parientes. Por eso ahora nos reímos juntos cuando una burla "bien elaborada" pasa la línea de la mediocridad general. Espero, de verdad, que la Presidenta se reponga cuanto antes. Y que no la contagie el odio que expresan algunos de sus detractores. Y que tampoco la afecte, en ningún sentido, el resentimiento que demuestran quienes se presentan como sus soldados y sus seguidores incondicionales. No le va a hacer bien a Ella ni a nadie.
Publicado en La Nación