La noticia no es de último momento, ni sorpresiva ni inesperada. Sin embargo, impactará con fuerza en la Argentina de los próximos años: la presidenta Cristina Fernández hará todo lo posible por eternizarse en el poder. Y usará todas las herramientas políticas para lograrlo, aunque se encuentren al borde de la legalidad. ¿Cómo se puede asegurar semejante cosa si todavía nadie lo ha dicho de manera explícita?, se preguntará el lector desprevenido. Porque la necesidad de perpetuidad está grabada en el ADN de Ella, así como lo estuvo en la naturaleza de El hasta horas antes de su muerte.
Todo comenzó hace 25 años, en 1987, cuando Néstor Kirchner fue elegido intendente de Río Gallegos por una diferencia de apenas 110 votos. Desde ese momento, ambos pasaron a formar parte del establishment político, y siempre se las ingeniaron para no volver al llano (entiéndase desde tomar un avión de línea hasta ir de vacaciones a los lugares más concurridos o hacer cola para cargar combustible).
Son archiconocidas las maniobras y los enjuagues que ambos perpetraron en Santa Cruz para lograr primero la reelección de Kirchner cuando era gobernador y luego la reelección indefinida, por si la carrera a la Presidencia en 2003 resultaba trunca. En su momento, el ahora juez de la Corte Eugenio Zaffaroni comparó el gobierno provincial con el nazismo, por su intención de convocar a una consulta popular para garantizar la reelección. ¿Y quién fue entonces el gran ideólogo que materializó los sueños de perpetuidad en Santa Cruz? El actual funcionario más poderoso después de la jefa del Estado: Carlos "el Chino" Zannini.
Pero no sólo tienen antecedentes las operaciones reeleccionistas. También son conocidos los temores que confesó Kirchner después de entregar la banda presidencial a su esposa, cuando sostuvo que sin la expectativa de una nueva reelección, muchísima gente poderosa, a la que ellos habían enfrentado, iba a trabajar para meterlos presos. Es cierto que es una locura pensar que la Presidenta puede ser juzgada y condenada una vez que termine su mandato. Pero este país se llama Argentina y es el mismo que elevó a Raúl Alfonsín a la categoría de héroe civil y terminó pidiendo que se fuera del gobierno cuanto antes. Concentra la misma mayoría volátil que idolatró y votó dos veces a Carlos Menem y después lo transformó en "el innombrable" y gran culpable de todas las cosas.
Por eso, entre otros motivos, Cristina está obligada a "ir por todo". Ella lo sabe. Y todo el peronismo se lo ve venir. También Daniel Scioli, quien en los últimos días ha tomado la íntima determinación de enfrentarla. El competirá con Ella porque no pretende reformar la Constitución de la provincia para sucederse a sí mismo. Además, porque siente que tiene los votos para intentarlo. Antes de viajar a Francia, se dedicó a preguntar a los cristinistas de la primera y la última hora cómo creen que la Presidenta jugará sus cartas. ¿Se presentará Ella o impondrá a un sucesor, como hizo Lula con Dilma Rousseff? ¿Irá por la reforma constitucional ahora que tiene una imagen positiva insuperable y el ajuste todavía no impactó en la mayoría de los argentinos o esperará hasta último momento? ¿Entrenará a su hijo Máximo Kirchner, la persona en quien más confía, para que, llegado el momento, el poder se conserve dentro de la familia y no pase a manos de dirigentes en quienes Ella no termina de confiar, como Amado Boudou?
Scioli sabe que el elegido no será él y que Cristina jamás terminará de confiar en Boudou. También supone, aunque no lo dice, que todavía Máximo no tiene la madurez política necesaria como para heredar a su mamá. En realidad, el hijo de Néstor y Cristina sigue siendo una incógnita para la mayoría de los dirigentes.
¿Es un chico sin experiencia que se levanta nunca antes de las 10 de la mañana, juega todo el día a la PlayStation, quiso ser periodista deportivo y no pudo, y administra sin mayores esfuerzos la fortuna familiar? ¿Es un tapado que conduce con firmeza y bajo perfil la organización política que más poder acumuló en el gobierno desde la muerte de Néstor Kirchner? ¿Es alguien que mamó durante años las intrigas del poder y por eso cumple con naturalidad su rol de comisario político? ¿Fue él quien mandó a poner en capilla a Boudou después de recibir las desgrabaciones de las conversaciones telefónicas del vicepresidente, material que le habría proporcionado su amigo y número uno de la Secretaría de Inteligencia, Héctor Icazuriaga? ¿Es verdad que "corre por izquierda" a su propia madre, y el día en que Cristina Fernández dio su discurso ante la Unión Industrial Argentina Máximo la criticó con dureza porque lo consideró "funcional a la derecha"?
Para no tomar a pie juntillas a quienes subestiman y también a quienes sobrevaloran al hijo de la Presidenta hay un par de datos. Uno es innegable: la jefa del Estado afirmó, más de una vez, que le presta muchísima atención a lo que dice, hace y sugiere Máximo. Otro pertenece al terreno de la psicología familiar: como muchas madres que aman a sus hijos varones, y en especial cuando se trata del primogénito, Cristina suele atribuir a Máximo capacidades y cualidades que no tiene, o que todavía no desarrolló.
Mientras se alimenta el misterio sobre las supuestas virtudes de Máximo, los tiburones del peronismo, incluidos los gobernadores con aspiraciones, piensan que Cristina Fernández elegirá, para continuar en el poder, la fórmula que le permitiría mantenerlo para siempre: una reforma hacia un sistema parlamentario que la ponga por encima de todo, aun de un cambio de gobierno en crisis, con una mayoría legislativa capaz de sostenerla hasta que a ella se le ocurra irse, o la salud le imponga su retiro.
Por supuesto, a partir del momento en que la Presidenta decida activar la jugada, el intento de perpetuidad será presentado como una nueva batalla heroica, se elegirá a los nuevos enemigos ficticios para llevarla a cabo, y se pondrá al enorme sistema de medios oficiales y paraoficiales al servicio de un puñado de personas. No más de una docena de funcionarios con voluntad inquebrantable y ambiciones desmedidas.
Publicado en La Nación