En términos políticos, ¿le conviene a Cristina Fernández pelearse con Hugo Moyano y con Daniel Scioli al mismo tiempo? No es una pregunta de respuesta fácil. Enfrentar al camionero le puede generar, en lo inmediato, más apoyo entre la clase media, porque el secretario general de la CGT es uno de los dirigentes con más imagen negativa, junto con Luis D'Elía. Sin embargo, el discurso con el que Moyano acompaña sus acciones no es ingenuo, y tiende a separar a la Presidenta del voto progresista que supo conseguir. En la última semana, tanto él como su hijo Pablo compararon al gobierno de Cristina con el de Carlos Menem, y el olor a “ajuste” que se percibe en el ambiente parece poner a los sindicalistas del lado de las víctimas y también del lado de la razón. ¿Podrá Cristina Fernández mantener los altísimos niveles de imagen positiva con su relato de “sintonía fina para todos” y su reclamo de responsabilidad a los gremios que negocian paritarias?
La enorme popularidad de la que gozaba Raúl Alfonsín después de su espectacular triunfo en octubre de 1983 se empezó a resquebrajar en 1985, cuando puso en riesgo gran parte de su capital político al anunciar el advenimiento de una “economía de guerra”. A Menem se le dejaron de perdonar sus excentricidades cuando el efecto Tequila impactó contra la economía nacional, la clase media empezó a empobrecerse y la clase baja ingresó a lo que los economistas denominan pobreza estructural y nuestros padres llamaban miseria. El gobierno podrá amenazar a Moyano con meterlo preso por su participación en la denominada mafia de los medicamentos, pero si los asalariados empiezan a sentir en el bolsillo la pérdida de poder adquisitivo, las ironías en los discursos por cadena de la Presidenta ya no serán vistas como gestos brillantes sino como actitudes patéticas e irritantes. En este contexto, una pelea frontal entre la jefa de Estado y el jefe de la CGT tiene pronóstico reservado. Moyano no necesita votos, y su poder de daño es inmenso. Con un par de llamadas puede quitar de servicio a los cajeros automáticos, paralizar el tránsito en todas las rutas del país y evitar que los alimentos lleguen de un lado al otro. Fernández, por su parte, podría responsabilizarlo de cualquier desastre futuro, pero nadie podría asegurar que parte de esa responsabilidad no le sea endilgada a Ella.
La naturaleza de su pelea con Scioli es diferente. La Presidenta sabe que el gobernador ya empezó a trabajar para sucederla porque él mismo se lo dijo el año pasado, en una de las pocas conversaciones sinceras que tuvieron, antes de las elecciones presidenciales de octubre. Ahora Ella trabaja para esmerilarlo, con el mismo estilo que Néstor Kirchner usó, en su momento, para ir demoliendo a Eduardo Duhalde y evitar que el hombre que le facilitó su acceso a la presidencia se quedara con todo. Sin embargo, hasta ahora, cada embestida del cristinismo en contra de Scioli no ha hecho más que aumentar la intención de voto del gobernador de la provincia de Buenos Aires. Su vicegobernador, Gabriel Mariotto, es considerado, por los propios incondicionales de Cristina Fernández, como un arma de doble filo. Su lealtad jamás ha sido puesta en duda. Pero sus acciones a veces terminan perjudicando el plan estratégico de Ella, como hace un par de semanas, cuando el vicegobernador presentó como un demérito el hecho de que Scioli atendiera a todo el periodismo, incluída la señora Mirtha Legrand.
¿Tendrá más éxito Mariotto en su ofensiva contra el secretario de Seguridad, Ricardo Casal y contra lo que él, La Cámpora y la ministra de Seguridad de la Nación, Nilda Garré, considera el retorno de la "Maldita Policía"? El discurso de superficie de quienes acusan al gobernador de connivencia con los policías corruptos parece efectivo. ¿Quién puede estar de acuerdo con una fuerza de seguridad que, según Mariotto, asesina pibes, arma ratoneras para mostrar por televisión su voluntad de combatir el crimen y se queda con plata de los desarmaderos, la prostitución, el juego clandestino y el narcotráfico? El problema es cuando se empieza a comparar el discurso con los resultados concretos. Scioli, por ejemplo, se jacta en público de contar con una Policía que secuestra toneladas de droga en general y cocaína en particular, y así pone en evidencia que las fronteras argentinas son un queso gruyere por donde los narcos entran y salen cuando se les antoja. De esa manera le está diciendo a quien corresponda que el gobierno nacional debería ocuparse de resolver los graves problemas que le competen, en vez de atacarlo y decirle lo que tiene que hacer. “Además, entregar a Casal es lo mismo que entregar todo el gobierno, junto con la carrera política del gobernador que tiene más votos”, me explicó un hombre muy cercano a Scioli.
Detrás de la pelea simultánea entre la Presidenta, el sindicalista y el gobernador hay una discusión de fondo: la reelección de Cristina Fernández y la reforma constitucional para hacerla posible. Como la jefa de Estado no vislumbra un sucesor que la conforme, no tiene más remedio que dar la batalla para perpetuarse en el poder. Scioli, además de su explícita intención de enfrentarla, formaría parte del “club de los gobernadores con votos” que ya habrían instruido a los diputados y senadores propios para levantar la mano en contra del intento reeleccionista. Aunque las vacaciones de verano todavía no terminaron, diputados y senadores con mando de tropa están contando los porotos para calcular qué posibilidad de éxito tendría la iniciativa.
Publicado en El Cronista