Los que asistimos con pasión y en detalle al histórico debate sobre la ley de divorcio, finalmente sabíamos que tarde o temprano la legalización del aborto llegaría. Se produjo esta madrugada, después de un intenso intercambio en el Senado; 38 senadores votaron a favor y 29 en contra. Nadie puede negar que se trata de un hecho histórico. Y nos atrevemos a anticipar que no va a suceder nada distinto a lo que pasó desde entonces.
Quiero decir: así como no hubo un tsunami de divorcios a partir de 1985, no habrá una carrera loca de abortos inducidos. Al contrario: habrá menos muertes por abortos clandestinos, y más conciencia sobre cómo prevenir los embarazos no deseados, más educación sexual y, ojalá, más acompañamiento del Estado para las mujeres que dudan.
En este sentido, Argentina será un país mejor. Jamás cuestioné los argumentos religiosos y de fe que se siguen usando contra la ley que se acaba de aprobar. Sí me pareció triste e indignante las amenazas de muerte y los escraches de ciertos grupos contra quienes apoyaron y apoyan la legalización. Igual que en el caso de la unión civil y el matrimonio igualitario, siempre apoyé, a conciencia, los proyectos que están basados en el respeto del derecho de las personas y la diversidad. Quedará como un debate secundario, para los libros de historia, el presunto oportunismo del gobierno para plantear la discusión. Es decir: al mismo tiempo que se estaba perpetrando un nuevo ajuste a los jubilados y en el medio de una pandemia que ya produjo 42 mil muertos y cuya evolución es incierta. Sí tengo claro quienes, desde el oficialismo y desde la oposición, merecen un profundo reconocimiento por haberlo logrado. Mencionaré a dos mujeres. Vilma Ibarra, la secretaria Legal y Técnica y Silvia Lospennato, diputada nacional de Juntos por el Cambio. El presidente Alberto Fernández y el ex presidente Mauricio Macri le deben a Ibarra y Lospennato el reconocimiento que obtendrá uno, por haber cumplido una de sus promesas de campaña, y el otro, por haber impulsado el debate, aún cuando no está de acuerdo con la interrupción voluntaria del embarazo.
Ojalá en la Argentina hubiera más Vilmas Ibarras y Silvias Lospenattos y menos Máximos Kirchner, quien ayer se reveló como un dirigente violento, con un discurso agresivo, para disfrazar su apoyo al ajuste de haberes de los jubilados de batalla épica contra el poder. Alguien debería avisarle a ese chico demasiado grande ya, que él no es la resistencia a ningún poder. Que el poder lo malusan, él, su madre, y unos cuántos que se disfrazan de revolucionarios, mientras cuentan los miles de dólares que se vienen robando desde hace por lo menos tres décadas. Ahora sabemos que, además de poderoso, Máximo Kirchner puede ser también violento. Y también nos enteremos que, mientras se aprobaba el ajuste y Máximo mostraba las balas de goma, Cristina Fernández lograba que la justicia le permitiera cobrar tres cheques del Estado sin pagar ganancias: como ex presidenta, como vice, y como viuda del presidente Néstor Kirchner.
Columna de Luis Majul en CNN Radio