En diciembre de 2001, en una pared del barrio de San Telmo, más precisamente en la calle Estados Unidos, alguien escribió: “Nos mean y la prensa dice que llueve”. Fue la leyenda que precedió el clamor contra buena parte de la clase dirigente. El grito único, directo y potente. “Que se vayan todos”.
Marcó un antes y un después en el vínculo entre la sociedad, sus gobernantes, y también la oposición.
Entonces, la mayoría de la prensa reaccionó, y empezó a informar como corresponde.
Y acompañó y reflejó la indignación de la hora.
Hoy, más del 50 por ciento de los argentinos, por no decir un 60 o un 70 por ciento, estaría pidiendo lo mismo.
Que se vayan todos.
No solo Ginés.
No solo el caradura de su sobrino.
Que se vaya, por ejemplo, Carlos Zannini, un monje negro, incondicional a CFK, que se hizo pasar por personal de salud.
Que se vaya el intendente de Luis Piedrabuena.
Que se vaya también la flamante ministra de Salud Carla Vizzotti, porque ella sabía que había vacunatorios VIP, aquí, en su ministerio, en el hospital Posadas y en muchas partes del país.
Que se vaya el diputado nacional por Santa Cruz y el intendente de Piedra Buena.
Que se vaya el ex secretario de la UOM y el ex intendente de Tres de febrero, Hugo Culto.
Que se vayan de la tribuna política y no aparezca durante un buen tiempo por los medios, el ex presidente Eduardo Duhalde, su mujer, sus dos hijas, y que digan quiénes le mandaron y porqué a su casa a los enfermeros con las vacunas.
Qué Sergio Massa explique porque sus padres y sus suegros fueron vacunados en el hospital de Malvinas ni bien llegó la vacuna rusa.
Que Cristina pida disculpas por burlarse de nosotros en la cara, y vacunarse un fin de semana, sin esperar el turno correspondiente, y hacerse inocular por el vice ministro de Salud, Nicolás Kreplac, en vez de ponerse en manos de personal de la salud, como si fuera mejor que cualquiera. Como si tuviera una moral superior, o perteneciera a una casta más alta que cualquiera de nosotros.
Que pida disculpas o se vaya Máximo Kirchner, el peligroso y violento hijo de Cristina, quien acusó a la oposición y los medios de defender la muerte y se presentó a sí mismo como un héroe de la vida.
Que diga porqué aparecieron cientos de chicos de 18 años, pertenecientes la Cámpora, festejando en las redes sociales con su vacunación masiva.
Que se vaya también Hugo Moyano. De la Federación de la Obra Social, del Sindicato y del Poder.
Que se vaya de una vez, él y su clan, que ya hicieron bastante daño.
Que se vaya el caradura de El Topo Devoto, el productor de la película de Kirchner, el que mandó a pegar carteles anónimos contra mi familia por orden de Cristina y de Moyano, dos de los integrantes de la nueva oligarquía vacuna.
Y que se vaya y renuncie a su banca el cachivache de Eduardo Valdés, el cerebro del Operativo Puf para voltear a la causa de Los Cuadernos de la Corrupción; el chanta que se cuelga de la sotana del Papa para tratar de conseguir una ventajita más.
El impresentable al que le adjudican el último acercamiento entre Alberto y Cristina.
Y que se vaya Horacio Verbitsky del imaginario de fiscal de la República, y empiece a ser recordado como lo que es: un doble agente, un servicio de inteligencia que usó el periodismo como una manera de influir en el poder.
Y que junto con Verbitsky, de paso, se vayan los ministros y otros altos cargos, fiscales, jueces y camaristas que él periodista hizo entrar al gobierno.
O mejor dicho: que se pongan en la cola.
Que bajen al llano y empiecen de nuevo.
Que no se escondan en ningún cargo y detrás de ningún contacto.
Que tomen conciencia de que la quitaron una dosis de vacuna a personas que la necesitan, o que la necesitaban y se terminaron muriendo.
Que se vayan.
Que se vuelvan a su casa. Y no pretendan representarnos más.
Y que el Presidente no los proteja ni los justifique, porque la sociedad se lo va a terminar de llevar puesto a él también.
columna de Luis Majul en Radio Rivadavia