A Cristina Fernández le conviene una pelea “cuerpo a cuerpo” con Mauricio Macri. Y al jefe de Gobierno de la Ciudad también. No es tan difícil de entender. La Presidenta, al elegir como “tema de discusión” el hecho de que Macri “no se haga cargo” del subte retoma el control de la agenda y corre de la tapa de los diarios, aunque sea por unas horas, la tragedia de Once, mientras sus funcionarios “operan” a la Justicia y los medios amigos y también a los críticos con el objetivo de eludir la responsabilidad del Estado. El viernes pasado daba la sensación de que lo habían logrado. Por un lado, el juez federal Claudio Bonadío le permitía al gobierno actuar como querellante y así “contaminar la causa”. Por el otro, se difundía información parcial sobre una pericia al sistema de frenos del tercer y cuarto vagón con la intención de hacer creer a los argentinos que el único culpable del desastre fue quien conducía el tren.

 

Está claro que la Presidenta necesita ganar tiempo después del cambio de clima que generaron los hechos del miércoles 22 de febrero y el impacto negativo de la investigación periodística y judicial contra el vicepresidente Amado Boudou. Hasta ahora, sus respuestas no han resultado del todo satisfactorias. Los discursos del día de la Bandera en Rosario y de la apertura de sesiones en el Congreso fueron muy criticados por la oposición y dejaron insatisfechos incluso a los propios. La crítica genérica a los docentes y la defensa irrestricta a la minería a cielo abierto están empezando a generar grietas entre quienes suponen que el “modelo” es progresista y tiene como principio irrenunciable la preocupación social. Para eso, también, “Mauricio” resulta un buen “enemigo”. Como es tan fácil emparentarlo con la derecha, “fideliza” a los seguidores “del proyecto” y se presenta como el “enemigo” ideal para ensayar una fuga hacia adelante.


Por su parte, Macri empezó a dar un fuerte giro, por sugerencia de la parte del equipo de gobierno que mira encuestas todos los días. Esos trabajos indicarían que, en efecto, se empezó a registrar un cambio de clima que estaría afectando la figura de la Presidenta, y que al mismo tiempo la sociedad estaría reclamando a la oposición que se haga cargo de su responsabilidad como alternativa política. El jefe de gobierno de la Ciudad estuvo evitando el ataque o la crítica directa a Cristina Fernández para no perder la simpatía de quienes lo votaron a él al mismo tiempo que votaron a Ella. Pero ahora sus amigos le recomendaron que la empiece a enfrentar, porque hay un principio de “quiebre” por donde se le “puede entrar”. Además, Macri intuye que, más allá de “los votos” que puede llegar a perder cada vez que la Presidenta lo ataca de manera directa, hay importantes sectores de la sociedad que lo empezarían a elegir como el principal candidato presidencial de la oposición, aunque para 2015 falta una eternidad. Responder a las descalificaciones personales que Cristina Fernández le propinó en el Parlamento mientras las cámaras de Canal 7 “ponchaban” a Gabriela Michetti fue una decisión correcta. El no hacerlo, hubiera dejado a la jefa de Estado con “la última palabra” (palabras como “adolescente”, “caprichoso” o “frívolo”).

 

Ahora también se sabe que Macri piensa en la Presidenta como una persona mal informada que miente porque sus colaboradores le suministran datos erróneos, o en una jefa de Estado que engaña a los argentinos a sabiendas, lo que resultaría más grave. Hay, en esta pelea de fondo y de mutua conveniencia, verdades a medias y consideraciones discutibles. Es cierto que nadie en su sano juicio recibiría ni el subte ni una casa, para poner un ejemplo, sin “beneficio de inventario”. Sería torpe recibirla sin conocer sus deudas impositivas y de servicios, sus fallas estructurales y también el resultado de la hipoteca. También es obvio que la Nación se “la tiró por la cabeza” con el doble propósito de ahorrarse varios millones de pesos y de contemplar como la Ciudad subía la tarifa, en contraste con la “sintonía fina” que, dice el gobierno que pretende aplicar. Pero también es un error enorme, de parte del gobierno porteño, haber aumentado el pasaje sin hacerse cargo del subte de manera efectiva. Nadie le aumenta el alquiler a un inquilino si no está considerado el dueño de la propiedad.


El combate directo y dialéctico entre ambos sirve, además, para distraer la atención no solo del llamado segundo Cromagnon, sino de otros problemas estructurales que la administración nacional todavía no puede resolver.
La desaceleración del crecimiento económico, la persistencia de la inflación y el impacto de la quita de subsidios al pago de servicios de la luz, el agua, el gas y el transporte público son solo algunos de ellos. Si a todo esto se le coloca como telón de fondo la foto de Lucas Menghini Rey y las razones verdaderas de su muerte y la de 51 pasajeros más, Cristina Fernández de Kirchner debería estar muy preocupada. Y debería entender además, que los problemas reales no se arreglan con discursos de más de tres horas y mezclando datos ciertos con omisiones inconcebibles.

 

Publicado en El Cronista