Alberto Fernández está en su peor momento. Sus últimas declaraciones sobre la ministra de Justicia, a la que le aceptará la renuncia cuando consiga un candidato para reemplazarlo, demuestran que ya casi no tiene autoridad. Que la que manda, sin el peso del día a día, es la vicepresidenta, quien está debajo de la línea sucesoria. Para colmo, el país sigue patas para arriba.

Con la pandemia sin controlar, una vacunación lenta y atravesada por un plan sistemático de inocular a los amigos, una inflación que no baja y una situación social cada vez más precaria, Fernández parece sumamente desgastado, cuando todavía la quedan casi tres años de mandato. ¿Qué le pasó, de verdad, a Alberto? ¿Es solamente su incapacidad o su negativa para fundar el albertismo lo que explica semejante estado de situación, o su dependencia psicológica de una mujer que no puede ver más allá de sus propios intereses? Por otra parte, los que suponen que las causas de Cristina podrían terminar anuladas y vueltas a ser revisadas, como las de Lula en Brasil, o no entienden nada o no conocen como funciona la justicia en la Argentina. No hay manera de que esto suceda, a menos que lo consigan a través de un golpe de Estado encubierto.

Columna de Luis Majul en Rivadavia