¿Cómo puede ser que asuma como ministro de Justicia un hombre considerado violento, improvisado, sospechado de haber cometido actos de corrupción y con fuertes vínculos con los servicios de inteligencia, los denominados “sótanos del poder?” ¿Cómo puede ser que en Formosa, la policía retenga indebidamente y prive de su libertad por varias horas a un grupo de diputados nacionales, con la excusa de que debían hacerse un PCR antes de ingresar a la provincia? ¿Es que acaso la Argentina se ha transformado en poco más de un año en una republiqueta bananera, y distraídos y preocupados por el COVID 19 como estamos, no nos terminamos de dar cuenta?

Lo que sucede en Formosa hay que detenerlo ya, porque la parsimonia y el silencio cómplice va a hacer que la situación empeore más todavía. Si miles de formoseños perdieron el miedo, todos nosotros debemos contenerlos y acompañarlos para evitar represalias. Lo mismo se puede decir sobre la designación de Martín Soria. ¿Es suficiente con expresar nuestro estupor, o debemos activar todos los mecanismos constitucionales para evitar que este talibán al servicio de la vice se lleve todo puesto? Un día de 2007, Alberto Fernández fue capaz de decirle a la decena de periodistas con los que se reunía a menudo, que Cristina Fernández iba a ser más respetuosa de la división de poderes y del cumplimiento de la ley que Néstor Kirchner. La comparó con Angela Merkel, y el círculo rojo compró. Trece años después nos quiso vender la hipótesis de que misma Cristina de la prepotencia sin fin no volvería a la política activa, porque se dedicaría a su hija Florencia y a sus nietitos pequeños. Que él, como presidente, se ocuparía de todo. Nos dijo que volverían, pero mejores. Es hora de que Alberto se detenga, se mire al espejo y se pregunte hasta dónde quiere llegar. Y también es hora de que muchos de nosotros nos preguntemos ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Cómo los dejamos llegar hasta aquí? Ojalá no sea ya demasiado tarde.  

Columna de Luis Majul en Radio Rivadavia