Se acaba de confirmar: a los asuntos más cruciales de la Argentina los maneja un grupo de trasnochados y los trata de ejecutar un presidente sin autoridad, cuya credibilidad está muy deteriorada. Al grupo de trasnochados lo integran, entre otros, el gobernador Axel Kicilloff, la vicepresidenta, Cristina Fernández, el diputado nacional Máximo Kirchner y el sindicalista Roberto Baradel, uno de los grandes responsables de la destrucción de la educación en la provincia de Buenos Aires.

La devaluación de la palabra oficial más evidente no puede ser. A la mañana la ministra de Salud Carla Vizotti garantizó a los argentinos que las clases presenciales continuarían. A las cinco de la tarde, lo mismo hizo, con énfasis, el ministro de Educación, Nicolás Trotta. Pero tres horas después Alberto Fernández anunció la suspensión de clases presenciales en el AMBA y la prohibición de circular desde las 20 hasta las 6 de la mañana del otro día. Para tomar semejante decisión, que provocó fuertes y sostenidos cacerolazos en muchos barrios de la ciudad y del conurbano bonaerense, el presidente pasó por encima de la autonomía de la Ciudad, cuyas autoridades intentan resistir el decreto. El problema de fondo hoy y aquí es que la política sanitaria fracasó, el plan de vacunación es un fiasco y nadie sabe a ciencia cierta cuando van a terminar de llegar las dosis que se precisan para parar a la segunda ola, que ayer tuvo un registro de muertos récord, un aumento de contagios sostenido, y un índice de positividad que hace suponer que lo peor está por venir. El gobierno cometió varios error imperdonables: desde enamorarse de la cuarentena eterna hasta perder la provisión de las vacunas de Pfizer; militar la vacuna rusa como única opción hasta facilitar la inoculación irregular a través de los vacunatorios vips y los certificados truchos, que incluyeron la particularidad de que el jefe de todos los abogados del Estado, mintió descaradamente, haciéndose pasar por personal de salud para conseguir una dosis que fue a parar al brazo de él y el de su mujer. A propósito, el caradura de Carlos Zannini todavía no renunció ¿no? Todo parece indicar que la semana que viene llegarán cerca de 900 mil vacunas desde Holanda, pertenecientes al laboratorio Astra Zéneca. Y fuentes oficiales sostienen que en unos días más arribarán otras 700 mil vacunas rusas, provenientes de Moscú. Ayer, en el medio de tanto revoleo, responsabilizaban al empresario Hugo Sigman por la demora en la llegada de las vacunas que Astraneneza le prometió al Estado argentino el año pasado. Pero Sigman no firmó ningún contrato con el Estado. Su laboratorio, Mabwxience, es apenas un proveedor de Astrazeneca. Es decir: Sigman no decide ni cuándo ni cuantas vacunas van a cada país. Tampoco su precio. Mabwxience ya produjo 36 millones de dosis, pero la distribución se decide en la casa matriz de Astra Zéneca, con sede en los Estados Unidos. También ayer Roberto Debagg estimó que para que el plan de vacunación funcione, y alcance a detener la cada más más veloz y letal propagación del virus, la Argentina debería contar ya con 10 millones de vacunas y un sistema de por lo menos 200 mil testeos diarios. Para que te des una idea de lo lejos que estamos de ese mundo ideal, te recuerdo que el número máximo se testeos en un día apenas llegó a 90 mil. Pero lo peor de todos es que ni el presidente, ni Cristina, ni Kicillof se hacen cargo del más mínimo error: para ellos, la culpa la tiene Macri, Carrió, los grupos concentrados y los medios de comunicación. En especial ciertos periodistas que se la pasan informando lo que no deben: el número de contagios, de fallecidos, de testeos, de ocupación de camas de terapia intensiva, y la maratón suicida por acumular poder, obtener impunidad y lograr más votos, mientras el país productivo se va desintegrando cada día un poco más.

Columna de Luis Majul en Radio Rivadavia