Detrás de la “popular” decisión de expropiar Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) ya se instaló una enorme incertidumbre. ¿De dónde va a obtener el gobierno los 15 mil millones de dólares anuales que se necesitan para empezar a revertir el autoabastecimiento? ¿Y de qué caja saldrán los otros 14 mil millones de dólares por año que se necesitan para importar el combustible que hoy no producimos? ¿Quién le va a pagar a Repsol la indemnización correspondiente que tarde o temprano le impondrá el tribunal internacional del CIADI? ¿Se le puede otorgar parte del manejo de la petrolera al mismo ministro a quien se considera uno de los responsables de la actual crisis energética? ¿Se puede considerar tan exitosa la participación de Axel Kicillof en Aerolíneas Argentinas como para entregarle la llave de la conducción de YPF, la empresa más grande y compleja de la Argentina? ¿No sería más sensato que a la compañía la manejaran expertos en energía, y no teóricos de la economía y profesores de la universidad, cuyo objetivo primordial es obedecer a Cristina Fernández?
La comparación de la expropiación de YPF con el intento de recuperación de Malvinas por parte de la dictadura militar no es caprichoso. Está claro que este es un gobierno democrático, surgido de elecciones libres y con un indiscutible apoyo popular. También es obvio que las idea de reconquistar lo que en verdad nos pertenece parece indiscutible. Pero las consecuencias de hacerlo de un modo inadecuado nos puede generar un perjuicio que tardaríamos años en pagar. La aventura de las islas la pagamos con vidas de inocentes. ¿Cuánto nos terminará costando esta estruendosa movida? No se trata de cuidar las espaldas de Repsol ni justificar la incorporación de Petersen que impulsó, convalidó y bendijo Néstor Kirchner. Se trata de pensar con la cabeza y no dejarnos llevar por el cristinismo emocional.
Se sabe, por ejemplo, que el costo internacional inmediato apenas alcanza a los pocos millones de dólares que implica la negativa de España a seguir importando biodiesel argentino. Se sabe, también, que, desde ahora mismo, YPF expropiada podrá “manotear” miles de millones de dólares que antes se usaban para pagar los dividendos de los accionistas. Y que también, desde ahora, el gobierno podrá “pedirle” al gerente financiero de la petrolera que anticipe pagos de impuestos, para cubrir de apuro algún agujero negro de la renta general. ¿Qué significa esto? Que el 51 por ciento de YPF Argentina servirá para lo mismo que sirvió su privatización. Es decir: para contar con más caja en tiempos de desaceleración económica, montarse sobre un objetivo que parezca satisfacer el orgullo nacional y colocar una cortina de humo sobre los temas más urgentes, como la inflación, el desastre que está generando la irresponsable política de subsidios indiscriminados y los graves problemas de inseguridad, cuyas causas son sociales pero también culturales y de educación. Es decir: cero visión estratégica; puro aquí y ahora. Meses después de asumir la presidencia, en mayo de 2003, Néstor Kirchner dijo a varios periodistas que su manera de gestionar consistía en levantarse a la mañana, comprobar el resultado de la encuesta realizada el día de ayer, y empezar a gobernar para subir los puntos necesarios al día siguiente. El argumento político de esa acción era que había asumido un país en llamas, bajo el espíritu del “que se vayan todos” y que su manera de reconquistar la confianza de la gente era comprender, de manera cabal, sus cambios de humor y sus reacciones.
Por eso, en abril de 2004, se asustó tanto con la marcha que convocó el papá de Axel Blumberg. Y también por eso fue que presentó el desendeudamiento como una decisión contra el Fondo Monetario y la Asignación por Hijos que le venían pidiendo muchos dirigentes de la oposición como la medida más revolucionaria de los últimos años. “El ejercicio es simular que tenemos elecciones todos los días. La clave es llegar con la mayor cantidad de votos el día de la elección general verdadera” me dijo el ex presidente durante una charla. Con los años, Él demostró que era uno de los dirigentes más astutos en el arte de manejar los tiempos. Parecía que había perdido ese olfato el 28 junio de 2009, cuando perdió ante Francisco De Narváez y muchos pensaban que el kirchnerismo entraba en una zona de franca decadencia. Pero enseguida lo recuperó con aquella maratón de aprobación de leyes que dejaron a la oposición paralizada e incluyó desde el matrimonio igualitario hasta la Ley de Medios que todavía el gobierno reivindica como una decisión histórica.
La pura verdad, más allá de todo, es que desde que ganó, en octubre pasado, con el 54 por ciento de los votos, Cristina Fernández de Kirchner venía sufriendo un acelerado proceso de “destrucción de imagen positiva” que no se sabía, por su velocidad y envergadura, dónde podía terminar. La idea de “malvinizar” 2012 no había alcanzado para contrarrestar el mal humor que se empezaba a notar en la mayoría de los argentinos por la desaceleración económica, el aumento del costo de vida, los impedimentos para comprar dólares y otros productos de importación, la tragedia de Once y el escándalo ex Ciccone. Ahora, para muchos argentinos, la “epopeya de YPF” parece tener el mismo efecto que un hipotético triunfo del seleccionado de fútbol argentino en un Mundial organizado por Brasil. Las legislativas de 2013 todavía están muy lejos y para 2015 faltan siglos y varias iniciativas por ensayar. Para Ella, lo importante es que la encuesta de mañana a la mañana la pondrá, otra vez, por encima de todos y todas y con la legítima pretensión de soñar con la reelección en el momento oportuno.
Publicado en El Cronista