Si el conjunto de medidas aisladas y el presupuesto 2021 pudieran ser considerados como un plan económico, ese plan acaba de explotar por los aires. Porque detrás de la interna berreta por la renuncia no consumada del subsecretario de Energía, Federico Basualdo, se esconde la verdadera pelea de fondo. Cristina y Axel Kicillof sostienen que el Estado es un barril sin fondo. Que el gobierno puede emitir dinero sin límites para pagar un nuevo IFE y subsidiar las tarifas de luz y de gas en un año electoral.

En cambio el presidente Fernández y el ministro Martín Guzmán están convencidos de que, por ese camino, más temprano que tarde habrá, como mínimo, una corrida cambiaria, y como máximo, una devaluación no controlada y una aceleración del costo de vida que podría terminar en una hiperinflación. Lo sorprendente, en todo caso, es que la crisis todavía no se haya consumado. Quizá haya que adjudicárselo una vez más al precio internacional de los productos del campo, por un lado, y a la pericia de Miguel Pesce para contener el precio del dólar. Sin embargo ¿cuánto tiempo más se podría mantener este equilibrio inestable? Guzmán, quien pretendía una suba de las tarifas de luz y gas del 39 por ciento, para este año, apenas logró que le aprobaran el 9 por ciento, y todo parece indicar que sería el último ajuste del año. El ministro está más devaluado que peso argentino, y su pérdida de autoridad es directamente proporcional a la del Presidente, quien no pudo imponer el desplazamiento de un funcionario de tercera categoría, porque los chicos grandes de La Cámpora se lo impidieron. En este contexto de incertidumbre, con una inflación anual que ya apunta hacia un 60 por ciento, que Cristina se haya comparado con el presidente de los Estados Unidos parece un chiste de mal gusto. Para empezar, ella es una autócrata y Biden es un demócrata. Para seguir, Biden no tiene una sola causa judicial y sobre ella pesan una decena de procesamientos, la mayoría por corrupción y lavado de dinero. Para ponerlo en contexto, bajo los gobiernos de Cristina Fernández la pobreza aumentó entre un 20 y un 30 por ciento, la moneda se devaluó en una proporción parecida, se perdieron centenares de miles de puestos de trabajo y la inversión cayó a niveles estrepitosos. Por eso, comparar a Cristina Fernández con Biden es casi lo mismo que comparar a Nicolás Maduro con Angela Merkel. Y si hablamos del comportamiento estrictamente personal, hay que recordar que Cristina acaba de presionar al sistema judicial, para cobrar dos jubilaciones de privilegio más un retroactivo de más de cien millones de pesos. Y que el gran impulsor de este mamarracho no es otro que el Procurador General del Tesoro, Carlos Zannini, el mismo que se robó dos vacunas, una para él y otra para su esposa, haciéndose pasar por personal médico, lo que en los Estados Unidos le hubiera costado el puesto, y una condena social de por vida.

Columna de Luis Majul en Radio Rivadavia